Se llevó a cabo el anunciado debate entre los cinco aspirantes presidenciales rumbo a las elecciones generales del domingo 1 de julio. Como se esperaba, la transmisión a través de diferentes medios y plataformas de comunicación logró niveles de audiencia poco comunes para este tipo de emisiones. La polarización entre uno de los candidatos y todos los demás despertó tanto interés que se registraron raitings nunca antes vistos en un debate presidencial.
Para muchos, el debate, pero sobre todo el postdebate, marcará un antes y un después en las preferencias electorales. Frente a lo que observamos, ¿Andrés Manuel López Obrador, que se ha mantenido consistentemente en primer lugar, bajará en las encuestas? ¿El desempeño de Ricardo Anaya le permitirá consolidarse en segundo sitio? ¿La capacidad y elocuencia de José Antonio Meade le ayudarán a mejorar la percepción entre el electorado? ¿Qué tanto pesará en los próximos sondeos la actuación de los independientes Margarita Zavala y Jaime Rodríguez El Bronco?
El reto
Recordemos que según las más recientes encuestas, el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena-PT-PES) llegó al debate en su nivel más alto de aceptación, con 32 por ciento (Consulta), 42 por ciento (El Universal), 48 por ciento (Reforma); es decir, con una diferencia de entre 11 y 22 puntos porcentuales respecto del candidato de la alianza Por México al Frente (PAN-PRD-MC) y de entre 15 y 30 puntos respecto del candidato de la coalición Todos por México (PRI-PVEM-Panal). Los independientes reciben entre 3 y 5 por ciento.
Así las cosas, el debate representó para Anaya la posibilidad de crecer y acercarse al primer lugar; para Meade, la oportunidad de mantenerse en la contienda y avanzar, y para Zavala y El Bronco, la ocasión para incrementar su capital político con miras al futuro. Para López Obrador era un trámite, un mal necesario, un desafío para no salir raspado en este primer round.
La tarea
La estrategia diseñada por los equipos de campaña en el war room de cada candidato fue planeada con esmero, aunque no necesariamente se cumplió, dadas las condiciones del debate.
A López Obrador –quien seguramente se sintió tentado de no acudir al debate– le aconsejaron eludir los ataques, no caer en provocaciones y evitar las agresiones personales. En otras palabras, nadar de muertito. A pesar de su habilidad para escurrir el bulto, salió con algunos raspones. Mostró soberbia e intolerancia.
A Ricardo Anaya sus asesores le recomendaron apartarse de los escándalos que lo acosan, no perder el tiempo defendiéndose y utilizar al máximo sus cualidades argumentativas, sobre todo para desarticular las propuestas del candidato de Morena. Cumplió plenamente su cometido y para la mayoría fue el ganador del debate.
José Antonio Meade tenía la misión imposible de sacudirse el pesado lastre del PRI, sin golpear al presidente ni al partido y hacer valer su indiscutible conocimiento de la administración pública con propuestas viables y realistas. En su caso más que en el de ningún otro quedó demostrado que un debate no es suficiente para repuntar en las encuestas.
Margarita y El Bronco cumplieron con el rol esperado, perseguido cada uno por sus propios fantasmas: ella tuvo un desempeño decepcionante y él, una actuación de claroscuros, a ratos ridícula.
El resultado
Al momento de escribir esta columna es pronto para señalar ganadores y perdedores definitivos. Los voceros de los candidatos se apresuraron a dar por ganadores a sus respectivos jefes. Escucharemos y leeremos en las próximas horas opiniones y enfoques diversos en torno a quién ganó o perdió. Salvo contadas excepciones, las posiciones corresponderán a los grandes intereses que cada uno defiende.
A la espera de los resultados de las encuestas, lo sucedido en este primer debate –faltan dos– definirá la estrategia que adoptarán los candidatos y sus equipos para los dos meses que le quedan a las campañas. Como en el futbol, en la política cada minuto tiene 60 segundos.
Verba volant, scripta manent
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@GOrtegaRuiz
JJ/I
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