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Disonancia

En psicología, existe un fenómeno conocido como disonancia cognitiva, el cual se refiere a la sensación de incomodidad que se produce cuando dos ideas (o personas) que son importantes para nosotros entran en conflicto; por ejemplo, al salir de ver una película que nos pareció extremadamente buena, alguien cuya opinión es altamente valorada por nosotros, comenta que en realidad es muy mala, entonces tendremos una incongruencia: valoramos ambos puntos de vista, pero son incompatibles (disonantes).

Hay a quienes esto no les causa mayor problema, ya sea porque no perciben dicha molestia o porque no les provoca angustia (quizá asumen que, en cuestiones de gusto, todos pueden tener razón). A otros, en cambio, les fastidia bastante, así que tratan de disminuir o eliminar la disonancia buscando nuevos elementos para aumentar la validez de una perspectiva y/o disminuir la de la otra: “A lo mejor mi amigo tiene razón: si te fijas, la película tiene escenas poco creíbles”, o “creo que mi amigo no conoce mucho de este género”; así, la disonancia disminuye.

Todo esto viene a cuento porque en este largo período de precampañas, intercampañas y campañas electorales, hemos sido expuestos a una cantidad enorme de mensajes políticos. Aquéllos que van de acuerdo con nuestras posturas personales, aun cuando no hayamos todavía decidido por quién votar, las fortalecen, mientras que aquéllos que las amenazan, tienden a ser ignorados o buscamos formas para rechazarlos: “Quizá mi candidato no sea tan bueno, pero los otros están peor”. Este proceso hace que no importe la cantidad de argumentos, pruebas o señalamientos que aparezcan, nuestra mente ya tomó una decisión. Esto no significa que no haya quien cambie la intención de su voto en el último momento (a veces, las cuestiones emocionales pesan mucho, sobre todo el miedo, del que ya he hablado en otros artículos), y lo que podría pasar es que uno, después de emitir un voto contrario a su intención original, entre en otro proceso de reducción de la disonancia para justificar su decisión: “¡Es que a lo mejor mi compadre tenía razón!”.

Este fenómeno también explica la polarización en las discusiones: si ya decidí mi voto, mi mente hará lo posible para convencerme de que es la mejor opción; un buen ejemplo fue cuando Hillary Clinton llamó “canasta de deplorables” a los partidarios de Donald Trump; el resultado fue que éstos se alejaron más de la zona en la que podrían haber llegado a acuerdos, y asumieron el calificativo “deplorable” como una medalla de honor. En México no es extraño escuchar a gente quejarse de que los demás no escuchan razones, y sólo se dedican a insultar a quienes piensan de forma diferente: de hecho, los insultos sirven para deslegitimar las posiciones opuestas.

Mi recomendación en esta época es que evite discutir con quien ya formó su criterio; también, a la primera aparición de calificativos como “reaccionario”, “vendido”, “chairo”, “chayotero”, o cualquier otro, abandone el intercambio: no está tratando con personas que toleren la disonancia ni que quieran evaluar nueva información a menos que cimente lo que pensaban ya de antemano. Evite pelearse inútilmente con extraños con los que solamente tiene contacto a través de redes sociales; si dicen algo interesante, valioso o fundamentado, trate de entender su punto de vista: no hay nada de malo en cambiar de opinión, aunque a veces es difícil y exige mucha honestidad intelectual.

Sobre todo, no se pelee con sus familiares o con sus amigos. Quizá ellos estén equivocados, quizá no (la tolerancia es asumir esta última posibilidad); después de las elecciones nosotros seguiremos conviviendo con ellos, no con los políticos por quienes votamos.

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FV/I