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Soy padre

El lunes 28 de mayo a las 3:23 de la mañana me estrené como padre. Llevaba ya casi ocho meses desde el 1 de octubre que supe que mi esposa estaba embarazada digiriendo la idea de ser padre, pero nada me preparó para lo que sentí cuando vi por primera vez a mi hijo al salir del cuerpo de su madre.

De un minuto a otro el concepto de hijo escondido en el creciente y pataleante vientre de mi esposa se convirtió para mí en una realidad de carne y hueso que respiraba sus primeras bocanadas al compás de un llanto vigoroso. “¿Cómo se llama el niño?” - preguntó el pediatra. Guillermo, como su padre y como su abuelo.

Guillermo llegó al mundo pesando 3 kilos, midiendo 49 centímetros y gozando de buena salud. El pediatra, después de ponerlo en brazos de su madre quien lo cargó y nutrió durante casi nueve meses y sufrió en carne propia los inconvenientes del proceso de su llegada, puso su cuerpecito desnudo y frágil en mis brazos. Mis pensamientos corrían a toda velocidad tratando sin éxito de alcanzar a mis sentimientos. Estaba cargando a mi hijo, un ser que surge de la combinación de mi ADN con el de la persona que amo y que se convierte al instante en la razón de mi vida. Estaba experimentando en primera fila la hazaña más asombrosa de la vida: cuando se perpetúa a sí misma creando nueva vida.

A partir de ese instante Guillermo dejó una huella en lo más profundo de mi ser. Sólo puedo explicarlo como un magnetismo que me empuja a protegerlo, a hacer todo lo posible porque su pequeña vida siga germinando en el exterior. Tener un hijo pone a los padres en contacto con instintos ancestrales que se remontan a nuestros orígenes animales. La madre nutre, el padre protege.

Por supuesto, sobre esta base instintiva se construye también la estructura cultural de lo que significa ser padre. Recibir en el hospital las visitas y regalos de familiares y amigos que tuvieron el deseo y la posibilidad de compartir el momento con nosotros. Acompañar a mi esposa en su recuperación. Volver a casa a descubrir una nueva rutina en una familia de tres, (cuatro, si contamos a la perra).

Esta nueva rutina empieza siendo caótica y nos lleva al borde del colapso por la falta de sueño, que deriva en falta de paciencia, que deriva en una catarsis de expectativas no cumplidas. Pero del caos emerge gradualmente un orden en el que cada pieza empieza a embonar en su lugar y se alcanza la paz de una familia que encuentra su nueva identidad, ya no como una pareja sino como nido de crianza.

Ya no soy la misma persona y ya no tengo la misma vida que hace una semana. Soy padre y la órbita de mi vida ha sido drásticamente alterada por la fuerza de gravedad de mi hijo… pero esto me hace inmensamente feliz. Esa es la gran contradicción de la paternidad y la que sigue haciéndola deseable a pesar de sus dificultades: es agotadora y enriquecedora al mismo tiempo. Absorbe cada gota de energía física, pero compensa con creces la reserva de felicidad… porque formar una vida es la autorrealización última del ser humano.

Hoy discutí innumerables veces con mi esposa sobre quién cambia el siguiente pañal, a quién le toca dormir mientras el otro atiende las incesantes demandas del bebé, cómo hago tiempo para escribir estas palabas que leen hoy… pero durante todas las horas que estuve fuera de casa no podía esperar el momento de volver a esta dinámica familiar y hoy, como cada noche desde hace más de una semana, me iré a dormir con la sonrisa de satisfacción que solo da ser padre.

@ortegarance

JJ/I