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Los caprichos del rey solito

Inició en Quebec la reunión de los siete países industrializados más ricos y poderosos del planeta. Este grupo lo integran Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, de Europa; Japón, de Asia; Canadá y Estados Unidos por el continente americano.

Todos los países del G7, defensores del libre mercado, rechazan abiertamente las medidas arancelarias impuestas por Trump al acero y al aluminio. Esta medida unilateral que Trump quiere imponer a sus socios comerciales refuerza el aislamiento no sólo económico–comercial, sino político y diplomático de los Estados Unidos frente al mundo, con el endeble argumento de que la medida se toma “por razones de seguridad nacional”.

En su denuncia ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), México, Canadá y la Unión Europea coinciden en que el argumento de fondo es que Trump quiere proteger a la industria estadounidense de los efectos económicos de las importaciones y crear barreras no monetarias. Además, esas medidas son discriminatorias, puesto que no se aplican de manera uniforme a todos los países. En el fondo resulta contradictorio que un país abiertamente capitalista y defensor del libre mercado esgrima argumentos proteccionistas. El cuestionamiento básico al anuncio hacia Trump es: ¿va en serio el respeto de los principios del capitalismo, o sólo cuando convienen a los intereses de un país, de un segmento de su población o peor, de un solo hombre?, aunque sea el presidente; más cuando reiteradamente sus posturas agresivas frente al TLCAN, el Tratado Transpacífico, parecen responder al capricho de que las cosas o se hacen como yo digo o no le entro.

Ante el mundo representado por los integrantes del G7, el rechazo a la postura de Trump se basa en que una medida unilateral -en el contexto global actual- les parece absurda (GB); ilegal (Alemania) e inaceptable (Trudeau, de Canadá). El presidente francés ha ido más allá al afirmar: la postura de Trump “marca el distanciamiento del G7 con Washington, puede que al presidente estadounidense no le importe estar aislado, pero a nosotros tampoco nos importaría firmar un acuerdo entre seis países, si fuera necesario”. La postura aislacionista y unipersonal de Trump no resulta extraña si recordamos los penosos antecedentes: la salida del Acuerdo de París contra el cambio climático y del Pacto Nuclear con Irán.

La declaración unilateral de Trump al interior de los propios Estados Unidos ha provocado reacciones adversas tanto entre las cúpulas empresariales como en las élites políticas, incluidos importantes personajes del Partido Republicano. El presidente del Comité de Relaciones Exteriores -Bob Corker- considera que Trump ha abusado de la autoridad concedida por el Congreso al presidente, de manera que tendría que debatirse la justificación del argumento de “Seguridad Nacional”. Sobre este debate necesario, coinciden tanto congresistas republicanos como demócratas. La presión para acotar las atribuciones que se toma el presidente ha sido apoyada también por empresarios que integran la Cámara de Comercio. El mismo secretario general de la OCDE, el mexicano José Ángel Gurría, ha declarado que la medida “es un riesgo serio para las cadenas de suministro globales”.

En síntesis, Trump va solo sin el apoyo de las principales fuerzas políticas de los Estados Unidos y sin la legitimidad que debería tener el anuncio de una postura económica y política de un país con la importancia que tiene Estados Unidos en el concierto mundial. En este sentido, la toma de posturas personales corre el riesgo no sólo de aislar al presidente Trump, sino a los Estados Unidos. Es muy probable que los países que integran el G7 (G6 + 1) en esta reunión, presionen a Trump en tanto representante de los Estados Unidos a que evite imponer medidas unilaterales o sus personales caprichos sin amarrar el necesario el consenso de interno y el de sus principales socios comerciales.

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FV/I