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Al Rey Sol
Era un secreto a voces. Todo mundo sabía que sucedía. Sobre todo las mujeres. Nada se hacía porque se daba por hecho que nada o poco se podía lograr y claro, también porque las amenazas de los acosadores tenían el efecto esperado: el silencio de las víctimas. También pesaba mucho la justificación siempre falaz de que “el acoso es algo que sucede en todas partes”. Su presencia es otra señal de identidad de la sociedad patriarcal que tiende a adquirir carta de naturalidad y se cuela en todo tipo de relación social.
Desafortunadamente es cierto. Fuera de la universidad, en toda la sociedad, el acoso sexual, sobre todo de los hombres sobre las mujeres, es una realidad cotidiana. Para ello no se necesita tener poder o jerarquía alguna, simplemente ser hombre macho (o sentirse serlo) y tener poquita idea de que ésta es una sociedad patriarcal y estar de acuerdo con ella. Entonces, cuando el sujeto acosador tiene algún poder, por minúsculo que sea, su capacidad de acoso se potencia o se dimensiona en la misma proporción que la certeza de su impunidad. Tanto, que incluso llega a presumir de su práctica sin faltar quien envidie al macho acosador y comparta el absurdo de que esa minucia de poder lleva incluido el derecho al acoso.
Pero siendo cierto que el acoso es una realidad social generalizada, eso no justifica su práctica y mucho menos en la universidad. No deja de ser paradójico que en la UdeG se denuncie esta arraigada práctica casi a la par que el Consejo General Universitario expide el Código de Ética, según el cual toda la comunidad universitaria “se regirá por los principios y valores siguientes: democracia, desarrollo sustentable, diversidad, educación para la paz, equidad, honestidad, igualdad, justicia, legalidad, libertad, respeto, responsabilidad y solidaridad”. Todo eso, además de presumir que es una institución donde reinan el conocimiento y la cultura de alto nivel.
Los casos de acoso denunciados nos indican cuál es nuestra realidad contradictoria. Y si la reconocemos entonces debemos ser más autocríticos, asumir, sobre todo los hombres, lo mucho que nos hace falta por hacer también en este tema y poner manos a la obra. Está bien que se haga, pero no será solamente con un Protocolo de prevención y sanción como resolveremos un problema que tiene una profunda raíz cultural.
A estas alturas hacer un protocolo contra el acoso sexual se antoja relativamente sencillo en el sentido de que ya existen muchos ejemplos y, por otro lado, porque en la universidad hay mujeres especialistas en todas las materias requeridas para su elaboración y, sobre todo, tenemos muchas víctimas que seguramente requieren de un espacio de libertad para hablar y analizar este tema.
Es obvio que la erradicación del acoso no sucederá ni será producto sólo de la existencia de un protocolo, como tampoco lo han logrado las leyes o instrumentos que a lo largo de la historia las mujeres han conseguido instituir en diversas entidades del país casi siempre en contra de la opinión de los hombres. Si queremos tener una universidad no patriarcal, no machista y por tanto donde el acoso esté erradicado, se tendrá que hacer mucho más que eso. Está bien el protocolo, pero incluso en ello la universidad debería dar cátedra y no limitarse a la reproducción de los contenidos ya existentes, mismos que cuentan con la desaprobación general de las mujeres debido a sus múltiples limitaciones, lagunas e inconsistencias. Debería evitarse a toda costa, entre otros vicios, reproducir la especie de Ministerio Público donde se parte de la desconfianza y se victimiza por segunda ocasión a las mujeres ofendidas. El protocolo contra el acoso de la UdeG debería proponerse ser el modelo de protocolos. Debería dar un paso delante de lo conocido. No hacer un protocolo sólo por el hecho de hacerlo y para salir del paso. Sería un completo desperdicio y una maniobra de manipulación.
En cualquier situación, desde luego, lo importante no será el protocolo, sino la actitud digna y rebelde de las acosadas y ofendidas. El silencio ya se rompió y lo desgarraron quienes debían hacerlo. No hay que permitir que se restaure.
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FV/I