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Vieja ciudad, amada y odiada ciudad

Cruzamos media ciudad –Fernando y yo– para encontrar el recinto del Louvre. Viajábamos en un viejo Chevrolet que echaba humo por todos lados y apenas caminaba: ¿la única ganancia de un tiempo fatal? Mi economía, en el año que estaba por terminar, había sido desastrosa, y el viejo auto era lo único que no había perdido...; o mejor: con el poco dinero que guardaba lo había comprado, tuve que desembolsar todo el capital acumulado en años.

–Esta ciudad ha cambiado mucho –dije al mirar el perfil de Fernando, que parecía no escucharme–; llegué hace treinta y dos años a Guadalajara y ya no la reconozco...

Yo mismo no me reconozco –continué diciéndome para mis adentros–. Soy otro. Lo único que no se ha modificado son estas viejas casas del oriente de la ciudad, con su gente que sigue en la pobreza y en su historia –sus historias muy particulares–. Por lo menos la Calzada Independencia sigue igual, se podría decir que madurando: de aquí ha surgido todo, de este antiguo paso del río San Juan de Dios; pero todo ha ido moviéndose como un enorme monstruo devorador. Quedan, al menos, los antiguos barrios que dan el color local. Pero ya todo es igual, igual a todo el mundo.

—Lo que ha traído la modernidad a Guadalajara es el sexo: nada más... –le expresé a Fernando que siguió sin cambiar de posición y quizás de pensamientos–, el sexo y sus desviaciones: la doble cara y la doble moral de esta rancia ciudad que nos devora y nos vuelve otros: nos asesina lentamente. La ciudad nos cubre con sus máscaras y su violencia.

Volví a mirar la silueta de Fernando que se iluminaba brevemente con la luz mercurial.

–Ahora mismo viajamos a un lugar que ni en sueños imaginaron sus habitantes, pero que, es una verdad, disfrutan totalmente. Lugares como el Louvre –proseguí con mi speech– nos pone a la altura de Nueva York, París y Tokio. El sexo nos alimenta, nos cambia o nos modifica. Nuestra conducta se vuelve nueva y cada vez más cercana a la nada: el vacío.

–Exageras –dijo Fernando con cinismo–, eres un puto filósofo de mierda que ama esta ciudad, pese a tus críticas mordaces tan frecuentes. Te gusta el sexo y te va a gustar el Louvre, ya lo verás...

La luz roja en el cruce de calles nos detuvo.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I