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COCINAR-se

Hace unos días participé de una discusión sobre temas de política cultural a la que fuimos invitados varios agentes que trabajamos desde distintas disciplinas artísticas. Me sorprendió darme cuenta de que no eran los políticos los protagonistas de posiciones antagónicas, sino nosotros mismos, eso que se ha querido agrupar por llamarlo de alguna manera “comunidad artística”.

En casi 20 años de ejercicio profesional enfocado a las artes escénicas, yo misma me he desplazado varias veces hacia distintos lugares contradiciendo incluso, lo que pensaba en el pasado. Y es que la vida te ofrece una amplia escuela de estímulos y aprendizajes que llegar a una noción de verdad única e inamovible no debería ser un lugar al que se llega de una vez y para siempre, sino que la constante revisión del pensamiento y las ideas, ya lo decía Foucault, son una tarea infinita en constante tensión que incorpora nuevos entendimientos.

No he podido quitarme de la cabeza distintos pasajes de Anthony Bourdain a propósito de su manera de resistir las modas globales estetas de la cocina de autor que privilegia y premia el producto perfecto final para la foto, por encima del valor cultural y simbólico que encierra la cocina. Bourdain era por definición un curioso. Una especie de flaneur que utilizó de pretexto la comida para deambular por lugares donde la vida sucedía cotidianamente. Alguien que encontraba en las ciudades y los trayectos más preguntas que le detonaban las siguientes.

Es complejo poder sensibilizar sobre los procesos o las apuestas a largo plazo que no pueden reflejarse en números, gráficas y tablas. La creación artística ahora en las llamadas artes vivas, no sólo con el enorme reto de poder ser traducidas para defenderse, se enfrentan con las condiciones más precarias que, desde otras disciplinas artísticas que han logrado consolidar un mercado global, miran con recelo o de manera condescendiente asistencialista. 

Hablar de procesos, de bienes simbólicos, resistencias, residencias, derivas, curadurías, de desarrollo artístico, tiempos de cocción o trayectos a los que te entregas al azar del caminar, parecen tener menos espacio en nuestro entorno. La urgencia de la certeza y lo concreto, de lo que es virtud de mercado e intercambio cosificable, impera. 

Me queda un atisbo de esperanza para imaginar otras maneras posibles inspiradas en las grietas que Bourdain logró encontrar para colarse hasta la cocina.

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JJ/I