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El ECRO, historia hasta en las paredes

HISTORIA. Estudiantes de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente se ponen en manos de expertos para aprender cómo tratar obras desgastadas y convertirlas en bellas artes. (Foto: Jorge Alberto Mendoza)

Entre los pasillos de la antigua casa que alberga la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO) rondan distintas obras de arte que han sufrido daños, mismas que esperan llegar a manos de expertos y estudiantes para ser restauradas y completar su belleza.

Ya sea en los salones, pasillos o patios, los alumnos de la licenciatura en restauración de bienes inmuebles trabajan con la mayor delicadeza en cada una de las piezas designadas.

Obras hechas en papel, pinturas o cerámica son algunas de las piezas que los estudiantes deben de estudiar y reparar al paso de su formación para que al final éstas puedan regresar a sus correspondientes dueños.

Debido a que el verano ya casi se acerca, los alumnos están por culminar un semestre más, así que la mayoría de las restauraciones ya lucen el notable trabajo que se ha hecho con ellas; tal es el caso del taller de cerámica donde los jóvenes restauran obras de Mario Collignon de la Peña y una que otra rescatada del Ixtepete. La calidad de las piezas dejan ver los años.

En la primera de las tres mesas, un jarro de mediana dimensión sobresalía por su tamaño; además de presentar un gran daño (estaba totalmente hecho pedazos); pero gracias a la preparación de su restaurador se encontraba ahora a más de 40 por ciento de su forma.

Al frente, aunque son más pequeñas, las piezas del Ixtepete no dejan de brillar por la historia que se cuenta en cada una de sus líneas y eran revisadas por los estudiantes.

En la segunda y tercer mesa el trabajo se transforma. En ellas se concentran para volver a darle color a todas las piezas. El salón es una ola de silencio y pareciera que cada persona está en conexión con su obra, como si en ese espacio sólo existieran ellos y sus obras.

Al exterior, los pasillos también son usados para el trabajo donde dos largas mesas blancas sirven de apoyo; una para cerámica y la otra para el trabajo en papel en la que un enorme póster hecho a mano es reconstruido con colores y acuarelas por alrededor cinco estudiantes quienes disfrutan de cada trazo mientras charlan de su día.

A diferencia del ruido del pasillo, el salón de papel es un mar de silencio. Lo único que se escucha son los trazos, cortes y reglas; además de la música de fondo que los alumnos tienen en volumen bajo. La maestra los observa desde arriba mientras trabaja en su escritorio.

Un plano amarillento a medio borrar vuelve a ser trazado por tres alumnas con la finura de las líneas originales, otros rasgan una obra para después pasarla a otro papel; las técnicas y los materiales se dejan fluir.

A espaldas de estos salones un edifico más moderno –totalmente hecho de metal– cuida como un tesoro algunas pinturas que en su mayoría son muestras religiosas; desgastadas, rotas, pero con la ilusión de volver a la normalidad.

Piezas de gran formato que muestran los vestigios y pasados religiosos que los alumnos retocan con los diversos colores que tienen en las mesas mientras otros elaboran sus investigaciones y reportes de restauración,un requisito para cualquier trabajo.

En punto de las 12:30 horas los chicos dejan por un momento sus piezas para salir a desayunar o despejarse un poco y regresar a seguir esa cita con sus obras, las cuales procuran como un hijo.

JJ/I