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El ballet de las masas

Para los vallartanos, devotos del balompié

Por fin un oasis en el desierto desconsolador de las campañas políticas. Al fin nuestras mentes tendrán un respiro de lo tedioso que se han convertido las desagradables voces de los candidatos y sus acusaciones mutuas. Lo único que nos ha entretenido en este periplo han sido los malogrados debates, aunque más parece que han sido debacles, donde en lugar de ganadores, todos fueron perdedores.

El inicio de las hostilidades futbolísticas donde se reúnen, si bien no las mejores figuras contemporáneas del balompié, al menos 32 selecciones nacionales que lograron alzarse con la representación de su país en la contienda mundialista, revela una controversia entre quienes son devotos del juego de las patadas y los detractores por motivos ideológicos, personales o de género.

Los argumentos de los segundos van desde que es una máquina de generar sueños hollywodescos, que es una idiotez, que es generadora de violencia, que es un negocio, que es una actividad enajenante. Algunas personas hacen una analogía con los vegetarianos (ahora veganos) como descendientes de antepasados malos para cazar y que refugiaron en la recolección de frutos y verduras (hay evidencias de homínidos que se extinguieron por su dieta vegetariana, no así la sapiens). Claros, esto sólo es una cuchufleta (lo de la analogía, no lo primero).

Desmond Morris, en su libro The Soccer Tribe, describe con puntualidad todos los aspectos del juego: sus orígenes, sus vestimentas y costumbres, los cantos de los fanáticos, pero también su violencia; afirma que sus héroes, sus seguidores, sus rituales, sus ceremonias y supersticiones tienen un origen tribal, y describe el futbol como una droga social. No obstante, el técnico Bill Shankly dijo que algunas personas consideran que el futbol es una cuestión de vida o muerte, y agrega: “Bueno, no lo es. Es más importante que eso”.

La verdad es que el futbol, que empezó como un juego con reglas muy simples, con el tiempo se convirtió en un deporte practicado por infinidad de personas en todo el orbe; después se transformó en un espectáculo, para convertirse posteriormente en un gran negocio, y ahora prácticamente puede ser considerado como toda una industria multimillonaria, controlada por los dueños de los equipos, y los directivos de las confederaciones y la multinacional FIFA.

Sin embargo, el futbol también es vehículo para lograr muchos objetivos. En Estados Unidos, acuden a los campos de soccer miles de adolescentes. De acuerdo con datos de la FIFA, en ese país hay 24 millones de practicantes de futbol y más de 265 millones en todo el mundo. Si en nuestro país hubiera un programa educativo de un deporte, seríamos una potencia mundial, además de tener una población infantil más sana.

Para Desmond Morris, quien en 1977 se convirtió en director técnico de un equipo profesional de futbol, el éxito del juego estriba en esencialmente en dos cuestiones: por un lado, en las reglas al ser sencillas, pocas y sin dificultad para entenderlas; y, por otro lado, que no se necesita indumentaria especial, campos reglamentarios, sólo un balón. Considera que, para ser un juego tan simple, ha recorrido un largo camino y no se le ven trazas de volver a sus orígenes elementales; que mientras el mono desnudo se abstenga de preocuparse sólo de su supervivencia, el futbol tendrá un lugar especial.

Quienes disfrutamos del balompié, celebramos el inicio del mundial y, a decir de Eduardo Galeano, esperaremos que aparezca un descarado carasucia que se salga del libreto y “cometa el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce” y si “el buen futbol ocurre, me importa un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.

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JJ/I