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Necesitamos otro Senado

La palabra senado tiene la misma raíz que la palabra senectud, es decir, ancianidad. Esto se debe a que, en la antigua república de Roma, eran quienes tenían la misión de ser el contrapeso del gobernante en turno, y además se encargaban de la elaboración y discusión de las leyes, y de supervisar la política exterior. Todos sus integrantes eran de edad madura, para que con la experiencia que habían adquirido con los años pudieran ayudar al gobernante a tomar mejores decisiones, al mismo tiempo de que procuraban evitar que se volvieran a cometer errores anteriores.

Esa idea, o diseño institucional, fue la que se adoptó en México al crear nuestra actual república, pero agregando una Cámara de Diputados, y separando, por lo tanto, la función legislativa en dos partes. La pretensión era que la Cámara de Diputados estuviera integrada fundamentalmente por jóvenes, recién llegados a la política, para que propusieran ideas nuevas, y exploraran otras formas de atender los asuntos públicos, pero limitando su tiempo de pertenencia a la cámara para que dejaran espacio a otros, y para que adquirieran experiencia en otros puestos públicos.

La Cámara de Senadores, conformada por gente con una larga trayectoria en la política, se quedó con el encargo de supervisar lo que hacían los diputados, corrigiendo lo que fuera necesario, y manteniendo una visión de largo plazo en la toma de decisiones. Por este motivo el nombramiento de los senadores es más prolongado que el de los diputados. Y también por eso es que el Senado está a cargo de la política exterior, igual que en la antigua Roma.

Sin embargo, actualmente el Senado es, junto con el Poder Judicial, una de las instituciones menos visibles y más opacas de nuestro país. De hecho es muy raro que se mencione al Senado en las noticias o que se sepa de algo que se discutió. En cambio, la Cámara de Diputados suele tener una mayor supervisión, ciudadana y mediática. Pareciera que quienes conforman esa cámara tuvieran más deseo de aparecer y ser tomados en cuenta, mientras que en el Senado la apuesta es hacer las cosas en silencio, y sin llamar la atención.

Y por lo visto esa apuesta les ha funcionado, pues sólo en estos días, gracias a las disputas electorales, nos enteramos de la gran cantidad de gastos personales que la senadora Layda Sansores llevó a cabo con cargo al presupuesto del propio Senado. Pero, además, nos dimos cuenta de que lo hecho por dicha senadora no es la excepción, sino la regla, puesto que hay partidas presupuestales que cubren una gran cantidad de rubros en los que pueden gastar los senadores, prácticamente sin límite. La cuestión es que esa información ha estado al alcance del público todo el tiempo, y si no se había revisado antes es, tal vez, porque los senadores habían tenido cuidado de no atraer la atención, como lo señalé más arriba.

Y, por si fuera poco, en estos días también se dio a conocer el hecho de que otro senador, Romero Deschamps, líder del sindicato petrolero, posee una casa en Acapulco, valuada actualmente en alrededor de 6 millones de dólares, que no podría haber costeado con los ingresos que ha hecho públicos.

Estas situaciones, que son sólo un botón de muestra, nos dicen que es necesario supervisar de manera sistemática y metódica al Senado, al igual que a la Cámara de Diputados y a los poderes legislativos de los estados. Pero hay muchas cosas que ocurren donde no las podemos observar, así que también necesitamos integrantes del Senado que atraigan la luz a todos sus rincones.

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@albayardo

JJ/I