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Juan José Arreola, el memorioso

(Foto: Diseño NTR)

Enseñaba casi de memoria y siempre que hablan de él no se puede evitar el paralelismo. Como una suerte de Funes el memorioso, Juan José Arreola daba cátedras solo recordando y frente a él es que nadie tiene derecho a pronunciar ese verbo sagrado.

Su carrera como profesor comenzó en la Universidad Autónoma de México en 1964, pero muchos lo consideran un maestro después de tan sólo cruzar palabra con él. De haber coincidido. La vocación del escritor hacia la enseñanza tiene que ver sobre todo con la generosidad, pero también con una incapacidad casi biológica de detenerse una vez que ha comenzado a recordar.

Quienes lo conocieron y lo escucharon describen las estructuras de sus discursos como un complicado camino laberíntico. Un tema como el de las similitudes entre Borges y Quevedo, por ejemplo, podría llevarlo a vericuetos tan extraños que terminaran en las tradiciones francesas, en la música, el vino, el buen gusto, algún detalle que ocurría en la clase y así durante meses, semestres enteros.

Se estremecía por el rechinido de una bisagra mal engrasada que le sacaba de sus casillas y podía comenzar todo un discurso sobre las interrupciones; o se detenía a medio monólogo para decirle a algún alumno que su cabeza era igual a la de Rubén Darío.

Así fue al menos en dos de las clases que impartió el autor de La feria, como parte de una optativa en la facultad de Filosofía y Letras (hoy Departamento de Letras) en la Universidad de Guadalajara. Algunos sitúan este suceso, que interesó a muchos, entre finales de los 80 y hasta el 94 y que trataba de la comparación justo de Marco Bruto y El Aleph, pero que terminó siendo una cátedra enciclopédica de todo lo que se le ocurría a Arreola que para entonces tenía alrededor de 80 años.

De lo cotidiano a lo grandioso

En una de esas divagaciones, que siempre lograban aterrizar magistralmente en el tema de la clase, el maestro se le quedó mirando a la escritora Teresa González Arce –ex directora del Centro Documental Carmen Balcells– y le hizo un cumplido sobre su corte de cabello. “Recuerdo que dijo que le parecía un ejemplo de equilibrio”, contó en entrevista la también catedrática de la Universidad de Guadalajara. “Le conté a mi estilista y por supuesto se quedó muy emocionado. Desde entonces les contaba a todos que sus cortes habían sido elogiados por el maestro”.

El periodista y editor Víctor Ortiz Partida, editor de la revista Luvina de la UdeG, salió un día de una de esas míticas clases y se fue a comprar una botella de Siglo. Se trata de un vino tinto español, de la Rioja, con un envase forrado de yute y que hoy en el supermercado cuesta alrededor de 300 pesos. Es el que le recomendó Arreola. Uno de sus favoritos.

“Fue su recomendación y para entonces era casi como una orden, algo natural que ocurriera”, recordó. “Para ese entonces lo había visto sólo en la televisión en programas donde hacía cosas increíbles que no estaban a su nivel, donde tuvo encuentros penosísimos como el de Talía… conocerlo de viva voz fue un suceso y no creo que haya alguien que lo haya vivido que no haya salido marcado de ahí”.

Ese día, por alguna razón, la clase había transcurrido durante horas enteras sobre vinos: todo el complicado proceso tradicional que en los viñedos europeos ocurría para que él pudiera servirse un vasito de las dos botellas que traía en su maletín en cada clase. Como si se tratara de un trago de agua para aclararse la garganta, Arreola sacaba de su maletín una de las botellas, la destapaba y se servía.

“No recuerdo si usaba colonia o loción, pero recuerdo perfecto el olor al vino y cómo mientras más tomaba su rostro comenzaba a tomar un color rosado”, contó Teresa González. “Era un señor bien parecido, con su cabello blanco y lo usaba largo. Caminaba con lentitud y ayudado por un bastón, pero no te daba la impresión de ser un viejo al que se le dificulta moverse… hablaba mucho de los achaques de la vejez, pero no se quejaba de ellos. Más bien eran temas de conversación, los notaba, parecía que a él también lo tomaban por sorpresa”.

“No era una clase de literatura comparada. Era una clase del vasto universo Arreola, un universo sin fin y de senderos que se bifurcan. Con sus manos siempre al aire, las emociones que le provocan sus recuerdos se desbordan mientras mueve las manos como tejiendo un hilo delgadísimo y eterno de tan largo, en el aire. Tal vez eran sus dotes histriónicas, heredadas de su amor al teatro. He visto a muchos escritores mover así las manos como si pudieran arrancar las palabras exactas para hacer simple lo que tienen en la cabeza”.

Nadie más habla. Arreola, en sus clases, quizás desde cuando las dio en la escuela secundaria de su natal Zapotlán el Grande, Jalisco, conversa con todo lo que ha ido acumulando tras los años de intensas lecturas y escrituras. De voz aterciopelada, un poco ronca, pero casi de manera imperceptible y una estudiada dicción habla de tantas cosas que hay quienes dicen que no era posible para un mortal asimilar cada tema. No daba autógrafos. No hablaba de sus libros.

“Tenía digresiones de todo tipo, una lectura que se fijaba en cosas como la sonoridad de las frases, en ciertas palabras, en los símbolos, lo que tenía que ver con otras obras, lo autores que resonaban en la obra de la que hablaba, de cosas de las que de pronto se acordaba”, continúa González Arce.

“Me doy cuenta de que lo importante era tenerlo ahí. Era un verdadero mago, él funcionaba siempre vinculando cosas, la lectura lo hacía establecer vínculos con todo tipo de experiencias, pero sobre todo de su experiencia fundamental como lector: la clase sobre todo era estarlo acompañando en una relectura de algo que lo había impresionado”.

Enseñanza de amor

Por su parte Ricardo Sigala, periodista y escritor radicado en Zapotlán, está de acuerdo. “Nadie te puede enseñar literatura, pero se puede enseñar, como hizo Arreola conmigo al menos, a amar profundamente la palabra y la lectura”, contó.

“A mí me enseñó a valorarla con garras y dientes, pero también y sobre todo me ayudó mucho a leer sus propias obras, a entender que además del humor, la ironía y el desarrollo impecable de su prosa, Juan José Arreola tiene muchas capas, sus libros tienen una profundidad más compleja de la que podemos intuir”.

Sigala recuerda entre otras cosas que recién abierta la primera sucursal de la librería Gandhi que llegó a Guadalajara, el autor cada semana acudía en busca de un libro, y Arreola se quedaba horas platicando con las personas que reconociéndolo le pedían recomendaciones literarias.

“Cada semana nos ocurrió que nos lo volvíamos a encontrar y yo me fijé que había varias caras que veía cada semana. Yo mismo iba a la misma hora con la esperanza de encontrarlo. Eran como pequeñas cátedras que comenzaban pidiéndole recomendaciones de Rilke o de Papini”, dijo.

Ortiz Partida recuerda habérselo encontrado en la Gandhi también, donde recomendó a una lectora comprar un libro de uno de sus discípulos: José Agustín.

En su tierra

Antes de eso, en los años 80, cuando Arreola había decidido regresar de la Ciudad de México en donde para entonces había realizado algunos programas de televisión dedicados a su pueblo, a Víctor Manuel Pazarín le tocó formar parte de un taller de poesía en voz alta que dio el escritor en Zapotlán. Finalmente estuvieron de alumnos sólo Pazarín y un amigo suyo. Como con el mejor de los maestros particulares.

“Leímos un poema de Gutiérrez Nájera… ‘quiero morir cuando decline el día en altamar y con la cara al cielo…’ entorno a ese soneto hizo todo un modo de enseñar no sólo a leer en voz, alta sino a apreciar la escritura y la poesía, pero también una poética entera, cómo la poesía mexicana tenía un modo de mirar el mundo, sólo a partir de ese poema”, recordó.

“Nos enseñó a que hay un respeto por el lenguaje. Si algo le debo a Juan José Arreola como mentor de toda la vida, fue eso; aún me sigue enseñando todavía cuando regreso a él, y lo hago continuamente”.

Amable, gentil, caballeroso. Así lo recuerda Pazarín, quien ya en su labor de periodista lo entrevistó varias veces y en una de ellas incluso leyó uno de los poemas que escribió en La medida, uno de sus libros. “Nuestra despedida ese día fue que me dijera que era una lástima que estuviera a unos pasos de la tumba para darme consejos. Eso ha sido una herencia. Después de eso Arreola enfermó”.

Triste noticia

El poeta y académico Luis Vicente de Aguinaga y Teresa González Arce, esposos, estaban fuera del país cuando supieron de la terrible muerte de Arreola que quedó en el hospital con su cuerpo muy maltratado por la enfermedad. Con lágrimas en los ojos Teresa cuenta que fue muy dura la noticia para ambos, discípulos que habían compartido con el maestro incluso en su casa.

Quizá con la angustia de ver a un padre, como él lo describe, en el funeral celebrado en el Paraninfo Enrique Díaz de León, Pazarín observó de lejos y de cuerpo presente su última despedida. Pusieron encima del féretro un enorme arreglo de rosas blancas y al pasar, el poeta y columnista de NTR arrancó una de ellas sin que nadie se diera cuenta. Hasta ahora la conserva en su casa. A veces cuando el tiempo le regresa a ese recuerdo vuelve a pensar en él.

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FRASES

“No era una clase de literatura comparada. Era una clase del vasto universo Arreola, un universo sin fin y de senderos que se bifurcan”
Teresa González Arce, académica de la UdeG

“Para ese entonces lo había visto sólo en la televisión en programas donde hacía cosas increíbles que no estaban a su nivel, donde tuvo encuentros penosísimos como el de Talía… conocerlo de viva voz fue un suceso y no creo que haya alguien que lo haya vivido que no haya salido marcado de ahí”
Víctor Ortiz Partida, editor de Luvina

“Nadie te puede enseñar literatura, pero se puede enseñar, como hizo Arreola conmigo al menos, a amar profundamente la palabra y la lectura”
Ricardo Sigala, académico

“Nos enseñó a que hay un respeto por el lenguaje. Si algo le debo a Juan José Arreola como mentor de toda la vida, fue eso; aún me sigue enseñando todavía cuando regreso a él, y lo hago continuamente”
Víctor Ortiz Partida, escritor

Para saber

  • Una de las particularidades que tenía el maestro Arreola en su cátedra en sus últimos años en la UdeG, es que nunca realizó exámenes a sus alumnos, y a todos les puso 100 de calificación, sólo por asistir a sus clases

Cátedras

  • En 1956 funda el grupo literario Poesía en Voz Alta, que luego se volvería un grupo teatral, asociada a personajes como Héctor Mendoza, Jaime García Terrés, Octavio Paz, Antonio Alatorre, Margit Frenk, Elena Garro, León Felipe y Carlos Fuentes
  • En 1962 el maestro dio clases de declamación en la Escuela de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, donde le conoció el escritor José Agustín
  • En 1964 ingresa como profesor de tiempo completo a la Universidad Nacional Autónoma de México, institución en que dio sus famosos talleres literario
  • Vicente Preciado Zacarías escribió un libro de 500 páginas, con un apéndice de 100 con una lista de todos los libros que mencionó de 1983 a 1991 en una serie de charlas tituladas Lecturas Compartidas en la residencia del escritor de La feria
  • En 1983, según se apunta en dicho libro, Arreola impartía entre otros talleres una clase para señoras durante las mañanas en la Casa de la Cultura de Zapotlán

Brillante. Teresa González Arce recuerda al maestro como una fuente de conocimiento enorme, generoso y muy personal, con un cúmulo de anécdotas para apreciar la literatura y el arte.
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Vital. Víctor Ortiz Partida cuenta que Arreola se aclaraba la garganta en las clases con un par de copas de vino, cuyas botellas cargaba en su maletín.
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Mentor. Para Víctor Manuel Pazarín, quien además comparte haber nacido también en Zapotlán el Grande, Arreola es como su padre.
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Herencia. Ricardo Sigala toma del maestro zapotlense el amor y el respeto por las palabras y los libros.

JJ/I