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Llegó la hora

Esta semana entramos en la última fase del proceso electoral con los cierres de campaña de los candidatos de todos los partidos en distintos puntos del país y el silencio al que estarán obligados a partir de la medianoche del miércoles, es decir, 72 horas antes de la elección del domingo 1 de julio.

La semana anterior las coaliciones partidistas realizaron precierres en diversos estados, particularmente aquéllos que reúnen al mayor número de electores, como es el caso de Jalisco, donde los aspirantes presidenciales mostraron músculo con actos multitudinarios que sirvieron para realizar desesperados llamados al voto a fin de sumar adeptos a sus respectivas causas.

Encuestas no son votos

Últimos días también para presentar encuestas con las tendencias de votación en las que, en términos generales, se observa la misma imagen que se ha visto en los últimos meses: un puntero y dos rezagados disputándose a sangre y fuego el segundo lugar. La pregunta que muchos nos hacemos es si las encuestas que fueron erráticas en los últimos procesos electorales, mostrándose alejadas del resultado final de la elección, serán efectivas esta vez.

Ya se ha dicho hasta la saciedad que así como en el futbol los partidos se ganan con goles y no con pronósticos, en la política las elecciones se ganan con votos y no con encuestas. El primer partido de la selección nacional nos mostró que los pronósticos catastrofistas no siempre se cumplen y se acerca el día para saber qué tan acertadas fueron las preferencias mostradas por las múltiples encuestas electorales.

Enojo vs. miedo

En el fondo, lo que está disputándose en esta elección es el desbordado y comprensible enojo de los ciudadanos ante gobiernos corruptos, desprestigiados e ineficaces, que generará un voto de castigo al que parecen estar dispuestos cueste lo que cueste; y el miedo que produce la inminente llegada al poder de un modelo que produce muchas más dudas que certezas y genera temores fundados dentro y fuera del país (el Trump Mexicano llamó a Andrés Manuel en su editorial The Washington Post y algo parecido hizo The Economist al advertirnos del populismo y la ignorancia de AMLO).

En primer lugar habría que decir que en política nadie es químicamente puro, por más que López Obrador se empeñe en presentarse como el baluarte de la honestidad y la moral pública. No lo es. Habría que ser tonto o desmemoriado para creerle. Tampoco lo son Anaya ni Meade, y mucho menos El Bronco. Cada uno carga con sus respectivas culpas aunque tiene también sus propios méritos.

El futuro en juego

Habría que ponderar que lo que está en juego va mucho más allá de saciar nuestra ira o descargar nuestro coraje, por más justificado que sea. En esta elección, la más grande y competida de nuestra historia, se está jugando el futuro de México porque de la decisión que tomemos en las urnas el domingo siguiente dependerá el país que recibirán las siguientes generaciones. No es exageración.

Han sido semanas de ofensas, ataques y descalificaciones entre unos y otros participantes. Por momentos los ánimos se han desbordado en las redes sociales. En los medios convencionales hemos escuchado y leído cualquier cantidad de opiniones a favor y en contra de los aspirantes a los distintos cargos. Todos por igual observamos y escuchamos el desempeño de cada candidato y comprendemos de qué son capaces. Sabemos en qué creer y qué esperar de cada uno. No podemos llamarnos a engaño al momento de ejercer nuestro derecho a elegir. Votemos en conciencia. Podría ser la última vez que lo hagamos en pleno uso de las libertades de que hoy gozamos.

 

Verba volant, scripta manent

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@GOrtegaRuiz

JJ/I