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En la mesa un plato

I

Silenciosa, la copa –su rutinaria voluntad de utensilio establece las semejanzas– es un espejo de ardiente sangre: su retenida sed nos contiene y nos forma. Su iridiscente cristal, su brillo, es un metal en el que se carga la voz de nuestro lenguaje. ¿Un lenguaje de qué?: un campo corporal, una temporalidad: centro del instante en el que ahora flotamos como en una mar calma y oscura.

Somos la respiración del viento que entra por la ventana. Y somos también la luz y las sombras: se establece el encuentro de los extremos.

Ahora mismo caemos hasta el fondo. Oscuros comprendemos que lo que flota en el aire es el miedo, es el temor a ser nosotros: a estar en nosotros. Nos afianzamos. Volvemos para encontrar en la mesa un plato donde giran los muertos calamares: que disponen la Cena ritual. Ya no hay luz. Ya no hay aire. No hay incendio de velas: estamos solos. ¿Es verdad que nos atemoriza estar solos?

Lo pregunto porque escucho su grave voz —que viene de alguna parte del salón— que dice a manera de súplica: “No me mires así que me da miedo”.

II

Yo le ofrezco una sortija de brumas y ella arguye al sentido con un largo silencio. La busco y no la encuentro: se desvanece: es el campo virtual de la palabra, en la que nadie cree. Su silencio, sus labios, sus ojos buscan descubrir lo que en el bolsillo no está —es la palabra lo que busco: no el claro metal para el compromiso.

En la caja de lunas y de soles está la noche.

Retardo el encanto con humor: detengo su mirada en mis manos, sólo para disfrutar de sus ojos: extraigo de la caja un fragmento de noche que sus ojos miran: la sortija está allí, ella no la ve: demora sus sentidos en el silencio...

El viento entra por la ventana para disipar nuestros pensamientos.

III

Bajo la amplia noche: toco su cuerpo en espera del encuentro. Su temerosa voz, su nerviosa sonrisa es como si ahora preguntara algo.

Mi mano recorre su cintura y ella no hace sino indagar en el sentido. ¿Qué hay en el sentido de dos cuerpos que se ansían y que a la vez temen al encuentro?

Nada hay en su voz en tanto cruzamos el oscuro campo, el amplio pastizal donde un río silencioso y moribundo define el sinuoso camino. Nada sino la espera.

http://victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I