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Ofrecieron esperanzas, demandamos certezas

Más de la mitad de los electores demandó con su voto cambio de rumbo del país. Rechazaron un nuevo gobierno surgido otra vez del PRI, PAN o PRD, sobre todo. Los tres han tenido oportunidades al salir de sus filas el titular de la Presidencia de la República o la Ciudad de México, encabezar gubernaturas o disponer de notables representaciones en el Congreso Unión, incluida la mayoría parlamentaria. Sin embargo, decepcionaron. Hartaron a la mayoría de los mexicanos. La lista de agravios es larga.

Dos sexenios bastaron para que el panismo fuera echado. Al priísmo personificado en Enrique Peña Nieto y lo que representa también se le dijo adiós este domingo 1 de julio. El PRD perdió la brújula hace años. Los tres partidos más fuertes, con experiencia de gobierno, recibieron una arrastrada electoral en la contienda por la Presidencia de la República. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador significó el más grande apoyo electoral recibido por un candidato presidencial, lo que implica también una responsabilidad de ese tamaño para él, su equipo y sus votantes. Aunque más que votar por el personaje, votaron por una transformación radical en el país.

Los mexicanos comprobaron de nuevo que pueden remover con su voto al partido y a los burócratas que defienden otros intereses o que son ineficientes, corruptos o demagogos. La democracia electoral ha dado para eso en México con las nuevas condiciones de organización de los comicios. Basta recordar la notoria participación ciudadana de este domingo, con 1.4 millones de mexicanos que asumieron tareas de recepción y conteo de votos, de manera voluntaria.

Sin embargo, los electores también han resentido que votar por alguien no significa que habrá cambios profundos. Cada sexenio se prometen modificaciones a políticas públicas, por ejemplo, y al terminar la administración todo sigue igual o peor. Votar no es garantía de cambio. Faltan otros ingredientes, como el involucramiento de la población en las decisiones, la transparencia gubernamental, la rendición de cuentas, fiscalías autónomas, combatir la impunidad, etcétera.

Eso me remite a una reflexión sobre la palabra esperanza, que tanto alienta en su discurso la clase política. Esperanza es un concepto potente en ciertos contextos; por ejemplo, cuando una persona está gravemente enferma y la esperanza la mantiene en la lucha por sanar. El concepto esperanza abre la puerta de lo posible, lo que podría ocurrir. Aunque esperanza, en contextos como el político o el religioso, también se usa para remitir a esperar, a tener paciencia, fe en que sucederá algo positivo; y esperar puede conducir al engaño, a la manipulación, a resignarse durante periodos prolongados. Pero existe otra palabra mucho más poderosa que esperanza y es certeza, que ofrece seguridad, cumplimiento, plazos. Incluso la certeza es deseable bajo ciertas condiciones, dado que empuja a seguir sueños con mucho más fuerza.

Los partidos políticos y sus candidatos ofrecieron abundantes esperanzas en la campaña. La palabra la manipularon en busca de votos. Pero el país, con su multitud de problemas, no está para que únicamente se ofrezcan esperanzas a la población. Faltan certezas. Queremos certezas. En algunos problemas podrían aceptarse esperanzas, por lo complicado de su solución, pero en otros la población exige certezas de solución, pronto, como sucede con la pobreza, la corrupción, el desempleo o la inseguridad pública.

Rechazamos más trienios o sexenios que sólo contribuyan a cambios para que todo siga igual o peor, para que sólo se rolen unos gobernantes por otros. Necesitamos más certezas que esperanzas. Eso habrá que exigirles a los ganadores en las elecciones. A todos. Tanto a López Obrador, en la Presidencia de la República, como a Enrique Alfaro en la gubernatura; al igual que a los alcaldes y legisladores. Que las esperanzas sean mínimas y enormes las certezas que se construyan. Si no hay certezas en pos de cambios profundos, sobre todo en favor de las mayorías, los marginados, las víctimas de injusticias, la democracia es una práctica mutilada, reducida a sufragar. Que el próximo sexenio sea de certezas. El tiempo para cumplirlas ya empezó a correr.

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JJ/I