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Alfaro: la mesa puesta

Enrique Alfaro Ramírez ganó la gubernatura con menos votos que con los que ganaron sus antecesores Alberto Cárdenas (un millón 113 mil), Emilio González (un millón 296 mil) y Aristóteles Sandoval (un millón 309 mil). Incluso, gana con 91 mil 245 votos menos de los que él mismo obtuvo en 2012, que fueron un millón 160 mil sufragios y con 240 mil menos de los que llevaron a la victoria a quien le entregará la estafeta del gobierno estatal.

Sin embargo, el escenario político con el que gobernará no puede ser más halagador: 71 municipios ganados por su partido Movimiento Ciudadano, tanto en solitario (26) como en coalición con el PAN y el PRD (45), que significa que gobernarán a 88 por ciento de los jaliscienses, y mayoría en el Congreso del Estado con entre 15 o 17 diputados de mayoría relativa, tanto por su partido MC como en coalición, sin incluir todavía los que llegarán por la vía plurinominal. A esto hay que agregarle las victorias obtenidas también en los dos escaños por mayoría y en el mismo sentido las curules en la Cámara de Diputados.

La diferencia con que ganó los comicios a su más cercano perseguidor, que fue de 14.6 por ciento a su otrora aliado ahora en Morena, Carlos Lomelí Bolaños, le da la legitimidad necesaria y le permite también tener el reconocimiento y el apoyo de poderes fácticos como son el sector empresarial, la cúpula del clero jalisciense –salvo del arzobispo emérito Juan Sandoval–, las organizaciones no gubernamentales y las universidades, particularmente la de Guadalajara y el Grupo Universidad incluido.

En una palabra, Alfaro Ramírez asumirá la gubernatura el próximo 6 de diciembre… con la mesa puesta.

El próximo gobernador, inicialmente en teoría, no tendrá al interior del estado mayores obstáculos para llevar a la práctica su programa de gobierno. En principio, lo que logre o no logre concretar sería bajo su propia responsabilidad, para lo que tendrá que hacer uso de su capacidad y habilidad política, pero también tendrá que serenar su carácter, recurrir a la negociación y evitar la imposición a la que pudiera estar tentado por contar, precisamente, con el poder que le da haber obtenido no sólo la victoria con contundencia, sino contar en sus manos con los diputados y ayuntamientos mayoritariamente.

Y en este sentido, quiérase o no, una de las principales y primeras tareas que deberá hacer Enrique Alfaro es recomponer su relación con los medios de comunicación que tan maltrecha quedó después de su paso por la presidencia municipal de Guadalajara. No puede o no debe gobernar con la creencia de que los medios de comunicación tradicionales son un mal necesario y que no los requiere para una sana y efectiva comunicación con los jaliscienses, más allá de que decida seguirse refugiando en las redes sociales, como lo ha hecho hasta ahora.

Pero el rehacer o recomponer esa relación no significaría que la crítica periodística a sus acciones de gobierno será inexistente a lo largo del sexenio, pues ni a él ni a nadie le beneficia tener a los medios de comunicación sometidos o que guarden silencio y ciegos a lo que debe de ser fiscalizado desde la óptica informativa, del análisis y de la opinión, tan necesaria ahora en estos tiempos.

Por el momento, existe el tiempo necesario para la desintoxicación electoral –se asegura que en los próximos días asistirá al Mundial de Futbol en Rusia– para la asimilación de un triunfo contundente y amplio, para el análisis de la responsabilidad que se asume y para la proyección con toda serenidad de un plan de gobierno.

Internamente no se observa nada que pueda inquietar al próximo nuevo gobernante, pero en lo externo tiene un pendiente que debe de atender lo más pronto posible, incluso antes de asumir la gubernatura: su convulsa relación con el próximo presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

ES TODO, nos leeremos ENTRE SEMANA.

JJ/I