INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

El nuevo contrapeso político, los ciudadanos

Suffragium populi, non mutare. El voto del pueblo no cambia la realidad. Las tentaciones del fraude sucumbieron ante la ola imparable de los votos libres. El gran antídoto contra el fraude fue la concurrencia masiva a las urnas.

Ningún presidente había llegado al gobierno con el respaldo de 53 por ciento. De las 32 entidades del país, ganó en 31. Sólo quedó en segundo lugar en Guanajuato. Era inesperado que obtuviera la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión.

Es posible que tenga 62 por ciento de la cámara y 69 senadores, equivalentes a 54 por ciento del total del Senado. Si los legisladores del PES y del PT continúan con Morena, esta coalición podría pasar las leyes que enviara AMLO al Poder Legislativo. No tendría necesidad de hacer alianzas ni contrapesos.

En materia de concentración de poder, no se había dado esta conformación desde la década de los 80 en el siglo pasado. Ante este panorama de restauración de un nuevo presidencialismo, ¿cómo se lograría un adecuado esquema de pesos y contrapesos? El único camino es la existencia de una sociedad actuante.

Recae ahora de improviso, como un tsunami, una enorme responsabilidad social: ser el contrapeso de ese enorme poder que ahora concentra López Obrador a través de nuestro voto. Los pesos y contrapesos en el sistema político se crearon para no depender únicamente de las cualidades y buena voluntad de quien gobierna.

Hoy, si el Congreso ya no va a poder cumplir con esa función, tendrá que ser reemplazado por la propia sociedad, como lo fue por muchas décadas antes de que el sistema político mexicano se abriera a la competencia electoral. Así, las organizaciones de la sociedad civil, los órganos autónomos del Estado, los organismos empresariales, los medios de comunicación, los organismos internacionales, los mercados, las asociaciones religiosas y las universidades, entre otras, asumen este compromiso.

La tarea no es sencilla, pero más vale que, como sociedad, la asumamos, ya que el país no le pertenece a ningún partido político, ni a los ganadores ni a los perdedores. La transformación y la historia la hacemos los ciudadanos con nuestro esfuerzo y trabajo diario en la labor que a cada uno corresponde y de los gobernantes sólo precisamos y exigimos trabajo, eficiencia y honestidad para administrar nuestros recursos.

Todos a participar construyendo ciudadanía, sin dividirnos ni enfrentarnos. Seamos un gran movimiento social para convocar a una revolución de conciencias, en busca de la defensa colectiva de todos nuestros derechos.

Somos un movimiento social de ciudadanos, porque tenemos el ideal de un México sin violencia, sin corrupción, sin impunidad y sin desigualdades.

La noche del triunfo, en el Zócalo, López Obrador habló como futuro presidente y nos convocó a una reconciliación. Un mensaje de inclusión para que nadie se quede fuera, desde los grupos empresariales hasta los pueblos indígenas.

El reconocimiento de la derrota por parte de José Antonio Meade y Ricardo Anaya fue una pieza muy importante para iniciar una vía de civilidad, después de tantos días de conflicto. En esos momentos se generó una gran esperanza en México.

Debemos reconocer que hay inercias ciudadanas. Por un lado están los ciudadanos que celebran como si ya hubiesen ocurrido todos los cambios como por milagros instantáneos y por otro están los ciudadanos que anuncian el caos y se preparan para la resistencia. Hay que moderar a los que celebran; persuadir y consolar a los que sufren este nuevo escenario.

El país que somos no lo define quién nos va a gobernar el próximo sexenio, no se lo escrituramos a Morena ni a ningún gobernante, sólo lo contratamos como un administrador. No se lo heredamos, no es el dueño.

Participemos generosamente en la reconstrucción del tejido social de nuestro país.

[email protected]

JJ/I