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Todo estaba perdido

Volvíamos de una reunión y la lluvia había caído –y caía– de una forma retórica en la ciudad. Fuimos, entonces, despacio por la avenida Novelistas y, justo en la frontera con el pueblo de Jocotán, dimos vuelta en la callecita y nos estacionamos en la esquina.

Cuando llegamos a vivir allí, la buena gente nos había dicho que nunca, pero nunca, hiciéramos el intento de entrar al pueblo retando la corriente. Y le hicimos caso.

Frente a nuestra mirada –en medio de los dos carriles de la avenida– estaba la entrada al canal. El agua entraba con gran fuerza y velocidad. El agua rugía, se levantaba en olas, se iba a perder en ese túnel. A una corta distancia estaba el coto donde vivíamos; ya sabíamos que la creciente de agua había entrado allí y amenazaba nuestra puerta. Había mandado a hacer un bordo justo en la puerta de la casa para que no entrara el agua.

La lluvia arreció justo en ese momento y con ella la fuerza de la corriente. De pronto no se veía nada: se enturbiaba todo y ni con el parabrisas lográbamos limpiar la vista.

Luego, en dado momento, la lluvia comenzó a disminuir. Pero no la creciente, por el contrario: bajaba del Pueblito con mayor fuerza. La calle, nos dijeron, era un caudal natural: en línea directa el agua llegaba hasta allí desde Ciudad Granja.

En cierto momento, cuando la lluvia paró por unos minutos, limpiamos los cristales con el parabrisas y vimos una sombra cruzar la calle en bicicleta.

De una acera a otra la sombra intentó atravesar la avenida. Fue, para nosotros, como una aparición en la calle desierta. Donde no había ni un auto, ni un alma, allí iba la sombra pedaleando y, justo a la mitad, donde se concentraba la corriente para entrar al canal, de pronto la potencia del agua logró que la sombra cayera ante nuestro asombro.

Abrimos desmesuradamente los ojos. Abrimos las manos y, en seguida, nos las llevamos a la boca, consternados. En un instante la sombra se había ido arrastrada por la corriente junto con su bicicleta. Como todo había ocurrido en un instante, lo único que hicimos D. y yo fue voltearnos a ver con horror.

Nos paralizamos y, luego, intentamos salir. Vimos el agua entrar al túnel, cubrirlo por completo hasta rebasarlo.

Cuando creímos que ya todo estaba perdido, y el muchacho –la sombra– había muerto ahogado: vimos unas manos aferrarse a unas barras de acero pegadas a la entrada del túnel. Salió por su fuerza; se levantó de la muerte; levantó la mirada al cielo y se fue caminando.

Le preguntamos si estaba bien. No nos escuchó: se fue a perder en la oscura noche…

http://victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I