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Pues… ¡a darle!

Han pasado 36 años desde que se puso en marcha la reforma del gobierno, con el objetivo de hacerlo más eficiente y menos propenso a provocar crisis económicas. En aquella época, se dijo que el Estado era un mal administrador, que gastaba más de lo que ganaba, así que había que vender todas las empresas paraestatales que no tuvieran importancia estratégica. De ese modo, el sistema económico mexicano trató de abandonar un modelo en el que había sectores regidos por el libre mercado que coexistían con otros dominados por el Estado, y adoptar uno plenamente capitalista.

La idea en general era buena. El gobierno dejaría de hacerse cargo de empresas que muchas veces operaban con pérdidas, y venderlas para obtener recursos para pagar su deuda, o para llevar a cabo programas públicos. El problema fue que en vez de crear un sistema capitalista, en el que las empresas tendrían que competir entre ellas, lo que se hizo fue construir un capitalismo de cuates, en el que se transfirieron las empresas que tenían más posibilidades de convertirse en un buen negocio, a los amigos de los presidentes en turno, y en condiciones que les permitirían salir adelante sin correr riesgos.

Así, por ejemplo, fue como se creó el monopolio de Telmex, que permitió que su dueño llegara a convertirse en una de las personas más ricas del mundo, pero a cambio de ofrecer servicios de una calidad relativamente baja. Lo ideal hubiera sido que Telmex se dividiera en varias compañías que compitieran entre sí, como ocurre ahora con el servicio de telefonía celular, pero esto habría impedido que Slim acumulara tanto dinero en tan poco tiempo.

El problema es que el capitalismo de cuates activa la economía en el corto plazo, pero a la larga provoca un aumento en la corrupción y la violencia, que se traduce en violaciones a los derechos humanos, en particular al derecho a la integridad física. Y esto se debe a que ese modelo concentra el dinero en muy pocas manos, y provoca, al mismo tiempo que una gran parte de la población se empobrezca brutalmente.

Debido a esto, la sociedad mexicana se cansó, y hace 18 años optó por cambiar de partido en el poder. Se creía entonces que bastaba con que hubiera alternancia en la Presidencia de la República, es decir, que alguien que no perteneciera al PRI nos gobernara para que todo fuera mejor. Desafortunadamente esto no fue así.

Ello se debió, en parte, a que no se modificaron las organizaciones e instituciones políticas de México, para democratizar su funcionamiento. Y esto, a su vez, se debió a que la sociedad civil asumió que había que dejar al nuevo gobierno que hiciera su tarea a su ritmo, porque finalmente la haría bien, lo que desafortunadamente tampoco ocurrió.

Así que, ahora que volvimos a darnos la oportunidad de probar una forma distinta de gobernar, lo peor que podríamos hacer es abandonar la cancha. Por el contrario, es necesario que las organizaciones sociales que se han movilizado en los últimos años en contra de la pobreza, la discriminación, la violencia, la corrupción, etcétera, continúen con su labor, y presionen a los nuevos gobiernos, federal y estatales para que esta vez sí logremos democratizar nuestras instituciones, y convirtamos al país en uno en el que se pueda vivir en paz, con justicia y dignidad.

Tanto Andrés Manuel López Obrador como Enrique Alfaro ofrecieron que su gobierno haría las cosas de manera distinta, así que hay que tomarles la palabra, y presentarles lo que ya hemos hecho, y demandarles que lo tomen en cuenta. Así que, ¡a darle!

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@albayardo

JJ/I