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Escuela Cusqueña realiza restauraciones

Diagnóstico. Las piezas que se trabajan en pueden pasar meses e incluso años en el proceso de reconstrucción. (Foto: AP)

En la puerta de un antiguo palacio colonial de los Andes, los restauradores reciben las esculturas de santos decapitados, vírgenes y ángeles desmembrados que llegan desde iglesias remotas para ser rescatados del olvido y las polillas.

Los pacientes –entre los que se incluyen lienzos maltratados de la Escuela pictórica Cusqueña y cerámicas prehispánicas rotas– ingresan a diferentes salas de emergencia, donde permanecen meses o incluso años hasta lograr su recuperación.

“Acá es como el hospital”, dice Erwin Castilla, jefe de la sección de conservación de lienzos en el taller del Ministerio de Cultura.

“Prácticamente (son) como enfermos con cáncer terminal que nosotros tenemos que sacar a la vida”, agrega mientras observa un cuadro del pintor indígena Diego Quispe Tito que se quemó parcialmente en 2016 durante un incendio en una iglesia cusqueña junto a más de 30 imágenes con pérdidas calculadas en casi 2 millones de dólares, según autoridades.

Los cuadros, que en promedio tienen 300 años, llegan tan descuidados que ni siquiera puede distinguirse la pintura. Entonces el equipo de más de medio centenar de restauradores que visten batas y mascarillas de cirujanos los someten a análisis de rayos X o ultravioleta para hallar los primeros bocetos de los lienzos. Se les prepara una “ficha de intervención”, similar a una historia clínica, y luego una junta de expertos determina la forma adecuada de restaurarlos.

En las iglesias católicas de las remotas aldeas rurales de los Andes la mayoría de estos cuadros sufren los efectos de la lluvia, el Sol, los hongos y también de la inexperta mano del hombre que busca repararlos de manera artesanal.

“Tenemos que avanzar milímetro por milímetro, a veces demora años”, dice Castilla mientras camina por el patio del palacio colonial donde funciona el taller de restauración, el único en los Andes de Perú.

Entre los siglos 16 y 18, Cusco, la antigua capital del imperio inca, se convirtió en el epicentro del arte católico para todo el virreinato español. Los cuadros de la Escuela Cusqueña llegaron por todo Sudamérica y plasmaron a través de sus pintores indígenas las principales corrientes pictóricas de Europa mezcladas con una poderosa cosmovisión local: ángeles con arcabuces, vírgenes hilando lana al estilo andino, niños dioses vestidos de incas, además de cuyes, llamas y cántaros con chicha.

Junto a los óleos maltratados también llegan esculturas semidestruidas de mártires de la iglesia católica cuyos rostros de agonía parece que expresaran desesperación por el pésimo estado de conservación en que se encuentran. Algunos santos y vírgenes han perdido la cabeza; otros se quedaron sin brazos que fueron devorados por las polillas.

Construidas con madera de maguey y capas de tela bañadas en pegamento, las esculturas están repletas de insectos que las carcomen. En su tratamiento, los cuerpos de madera reciben nuevas piezas y quedan como si recién hubieran sido elaboradas. Solo entre 2015 y 2017 el taller recuperó más de 500 obras entre pinturas, esculturas, y ceramios prehispánicos.

El teléfono del centro de restauración suena con frecuencia con pedidos de ayuda desde los poblados más remotos donde hay iglesias pequeñas con varios siglos de existencia, pero el dinero público que financia el taller es escaso: apenas 700.000 dólares anuales, la misma cantidad que los militares gastaron en tres días en un evento internacional, o la mitad de lo que cuesta el alquiler anual de un edificio burocrático en Lima.

“Sí, es muy bajo el presupuesto”, reconoce Nidia Pérez, una historiadora del arte y jefa del taller mientras coordina por teléfono el traslado de varias esculturas y pinturas casi al borde de la extinción desde una comunidad remota.

“Somos la memoria del arte andino virreinal y luchamos todos los días para evitar que desaparezca”, dice.

JJ/I