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Un México violento
Porque nos la quitaron
“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Esta frase me ha venido de forma continua a la cabeza en esta primera semana postelectoral. Siento que estamos viviendo un estado de ánimo similar a la transición en 2000 y en 2012, los otros dos años en los que hubo alternancia en el poder en nuestra breve historia democrática.
Estamos idealizando otra vez a la persona y a lo que ésta promete. En 2000 idealizamos al empresario de Coca Cola y el cambio que traía consigo al sacar al PRI del poder; en 2012 idealizamos al presidente de sonrisa telegénica que prometía reformar al país para sacarlo de su estancamiento y hoy idealizamos al hombre del pueblo que promete honestidad y acabar con la corrupción.
En los dos primeros casos se vino la decepción en menos de dos años. Las expectativas eran demasiado altas y los retos demasiado complejos. Los gobiernos del PAN y del llamado nuevo PRI terminaron sucumbiendo a la inercia del sistema… y los cambios que sí se lograron quedaron desdibujados frente a las cosas que no cambiaron.
¿Habremos aprendido de esta historia que se repite? ¿Qué es lo que hace que un proyecto político ambicioso tenga éxito frente a las expectativas de la gente?
Hace tiempo descubrí un juego de computadora llamado Democracy desarrollado por Positech Games, que se autodefine como un “simulador de gobierno”. Su objetivo principal es ilustrar el impacto que tienen las políticas públicas sobre las problemáticas de un país y sobre la opinión de distintos grupos de votantes.
Al usar el simulador me quedó claro que hay tres reglas del “juego de la democracia”: la primera, hay cosas que cuando las tocas reaccionan de inmediato y hay otras que reaccionan después de muchos años; la segunda, tocar una cosa invariablemente implica tocar otras cosas más profundas; y la tercera, hay que saber hacer los resultados visibles para ganar la confianza de la gente en las próximas elecciones.
Por ejemplo, la corrupción es una cosa que reacciona lento, que para tocarla hay que considerar raíces profundas (p. ej. educación, salarios) y que sus resultados son difíciles de hacer visibles, a menos que se combinen con golpes mediáticos como el de llevar a la justicia a una persona notablemente corrupta.
Un país es un sistema complejo que no se cambia de forma significativa ganando una elección. No basta cambiar a una persona, ni siquiera a toda una cúpula. Una transformación profunda implica trabajo disciplinado durante un tiempo largo y administrar muy bien el capital político y la credibilidad de los ciudadanos.
Yo quiero sugerir una receta de tres pasos para que la nueva administración evite hundirse en la complejidad:
Uno, elegir bien las batallas. Hay miles de cosas que pueden cambiarse. ¿Cuáles son más urgentes? ¿Cuáles le importan más a la mayoría de la gente? Vale la pena armar un portafolio priorizado de acciones que representarán el sello de este gobierno, unas con resultados rápidos y otras con resultados lentos, y no querer abarcarlo todo.
Dos, medir bien y comunicar mejor. Ya que están claras las batallas a librar, establecer una manera para medir el éxito, ¿cómo sabemos cómo vamos? Esta manera de medir tiene que ser transparente al público y que haya una continuidad en la comunicación de cómo se está cumpliendo. Si algo falló en el gobierno anterior es que hubo muchos listados de promesas, pactos y decálogos, pero no se les dio un seguimiento continuo y transparente… da la sensación al público de que solo se anunciaban para dar golpes mediáticos, pero no había una intención firme detrás.
Tercero, construir con la sociedad civil. Un gobierno es tan fuerte como la sociedad a la que representa y gobierna. Empresas, academia, asociaciones, grupos de ciudadanos… Se necesita el trabajo participativo y coordinado de todos para que los resultados se consigan. El modelo de gobierno paternalista no funciona. El gobierno puede dar el empujón, pero la sociedad civil es la que realmente mueve al país. El nuevo gobierno tiene que invitar a la sociedad civil a hacerse la célebre reflexión de John F. Kennedy: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”.
@ortegarance
JJ/I