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Recuerdos de austeridad

De austeridad hemos escuchado desde hace varios sexenios. Los presidentes se han pronunciado por apretar el cinturón a la administración pública, pero tarde o temprano han aflorado los abusos, excesos y dispendios a costa del erario.

En 2001, Vicente Fox se comprometió a mantener una administración honesta y austera empezando por eliminar todo gasto superfluo, como la compra de flores exóticas, las comidas y bebidas costosas. Además, habló de vender cuatro aeronaves, casas destinadas al descanso y esparcimiento de altos funcionarios públicos y ordenó la liquidación de los yates Ollin y California.

La realidad fue que Fox redujo 50 mil plazas en la estructura burocrática, pero incrementó el número de cargos de alto nivel y con ello los sueldos y prestaciones exorbitantes.

Mientras impuso 15 por ciento de IVA a medicinas y alimentos, su gasto diario en imagen ascendía a 12 millones de pesos y había desembolsado 5 millones 510 mil pesos para acondicionar su cabaña y la de su hija Ana Cristina, así como para adquirir, entre otros lujos, toallas bordadas a un precio superior a los 4 mil pesos.

En resumidas cuentas, terminó bajo investigación por los excesos de su familia y de su esposa Marta Sahagún.

En 2006, Felipe Calderón habló de vivir en la honrada medianía y se bajó el sueldo 10 por ciento, pero apenas un año después planteó al Congreso un aumento a su salario en 58 mil pesos mensuales y el gasto en sueldos y prestaciones terminó con un crecimiento de 14.1 por ciento.

En 2009, con los festejos del Bicentenario de la Independencia, Calderón mereció una llamada de atención del Senado que le recordó el criterio de austeridad por la contratación como organizadora de la empresa estadounidense Autonomy a un costo de 60 millones de dólares, unos 800 millones de pesos al tipo de cambio de entonces.

Eso y la Estela de la Luz, un monumento que costó unos 90 millones de dólares (casi el triple de su costo inicial) acabaron con la mentada austeridad del sexenio calderonista y la obra terminó siendo el monumento a la vergüenza.

Con Enrique Peña Nieto llegó un nuevo programa de ahorro: en 2012 se anunció la reducción de 5 por ciento en el sueldo de altos mandos, restricción al gasto, reducción en viáticos, uso de vehículos, rentas de inmuebles, fotocopias y telefonía celular.

De cómo todo esto quedó sepultado entre la corrupción y los excesos sobran ejemplos, no en balde su administración se va marcada por eso y el voto de castigo al PRI en las elecciones fue la factura que pasó la sociedad y que se ganaron a pulso por los abusos de escándalo.

Ahora llega Andrés Manuel López Obrador con su plan de austeridad republicana. Habla de cortar el copete de privilegios y acabar con la corrupción para conseguir dinero que destinará al desarrollo del país.

Los principios son los mismos que ha enarbolado desde hace 12 años y que ahora tendría la oportunidad de poner en marcha: que el presidente gane menos de la mitad de lo que gana Peña Nieto (209 mil 135 pesos mensuales), la venta de la flotilla de aviones y helicópteros del gobierno, reducir a la mitad la alta burocracia, eliminar subsecretarías y delegaciones federales, bajar 50 por ciento las dieta de diputados y senadores (que hoy en día cuestan 37 mil 294 millones de pesos).

En una reunión privada con diputados y senadores electos de Morena, López Obrador les leyó la cartilla y les habló de una remuneración adecuada, sin compensaciones ni bonos ni minipartidas por debajo de la mesa.

Tres sexenios demostraron que del dicho al hecho hay mucho trecho; ahora López Obrador tiene el voto de confianza para que demuestre que lo prometido es deuda.

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JJ/I