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Donación mata gestión

Uno de los males terribles que afecta a la industria editorial es la desvaloración del libro. Es una enfermedad crónica que comienza por malas prácticas desde la infancia, por ejemplo, con el regalo en la escuela de los libros de texto, que para muchos serán los únicos libros en la vida… Otro ejemplo: a los gobiernos populistas les emociona regalar tirajes de no menos de cuatro ceros para promover la cultura, sin que nunca se sepa muy bien la repercusión real de medidas que parecen plausibles. Y uno más: el de las innúmeras ediciones pagadas por el Estado, ya sean municipios, gobiernos estatales o gobierno federal, cuyos usos y costumbres dictan que el pago al autor ha de hacerse en especie y nunca con sucio dinero… así, de pronto, los autores están colmados con ejemplares de una obra que nunca tendrá circulación comercial, pero que sí será obsequio seguro…

Pero la práctica más aviesa de la desvaloración: pedir donaciones para bibliotecas o escuelas públicas sin que haya tiempo de excepción; es de alta hipocresía e ineptitud y mucho contribuye a la desvaloración de libro y al menosprecio de quienes intervienen en su proceso: escritores, traductores, correctores, diseñadores, impresores, libreros, distribuidores, y otros más, que devengan sueldos y prestaciones. Los tiempos de excepción pueden ser los de una emergencia natural (sismos, erupciones volcánicas, incendios) o social (la guerra y sus consecuencias: hambrunas, desplazamientos forzosos).

Pedir donaciones de libros en tiempos no excepcionales, donde no hay un estado de emergencia natural o social, es una canallada: es aprovecharse por un supuesto fin de promoción de la lectura habiendo renunciado a la gestión interna que debe procurar el presupuesto para poder comprar, como es debido. Pedir libros daña al libro.

@LibracoFP

JJ/I