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¿Qué otra cosa se podía esperar?

Mucha polémica ha causado la reciente reforma al reglamento del ayuntamiento y Buen Gobierno de Guadalajara. Y es que desde hace un par de días será necesario que haya una denuncia expresa para que la policía pueda proceder contra aquéllos que, presas de los arrebatos febriles propios del deseo carnal, no alcancen a guarecerse en la intimidad y procedan a expresarse mutuamente el cariño en la vía pública. Dicho de otro modo: a menos que un quejoso se inconforme ante un uniformado, las parejas podrán “sostener relaciones sexuales o actos de exhibicionismo de índole sexual en la vía o lugares públicos, terrenos baldíos, centros de espectáculos, interiores de vehículos o en lugares particulares con vista al público”. Parece que a Guadalajara por fin le hizo justicia la Revolución (sexual).

La encargada de proponer dicha modificación fue la regidora Guadalupe Morfín y su argumentación es sencilla: las llamadas “faltas a la moral” son generalmente usadas como pretexto para que la Policía municipal extorsione a las parejas, bajo amenaza de llevárselas detenidas. Este proceder, afirma Morfín, ni siquiera tiene un beneficio a la comunidad porque ni siquiera se traduce en una multa que vaya a parar a las arcas municipales, sino que muchas veces el dinero –la mordida, pues– se queda en los bolsillos de las y los agentes.

Lo que llama la atención son las reacciones: muchos se persignan porque imaginan que habrá cientos de parejas practicando el Kama Sutra en el parque de la esquina mientras niñas y niños se mecen en los columpios. “¡Vamos a tener que hablar de sexo con nuestros hijos! ¡Ni que fuéramos libros de texto de la SEP!”, gritan y se santiguan. Poco ayudan los titulares de algunos medios, a los que poco les faltó para titular que Guadalajara se iba a convertir en un enorme motel al aire libre.

Como cada que se toca un tema que tiene que ver con las libertades y el libre albedrío, las buenas conciencias han alzado la voz para decir que la gente se va a descontrolar y va a salir a copular en la banqueta –como si fuera tan cómodo–. Suenan igual que cuando afirman que, si se legaliza el aborto, las mujeres van a salir corriendo a abortar, aun cuando no estén embarazadas. Me tocó ver un comentario en el que se afirmaba que ahora qué iba a pasar si un adulto abusaba de un niño en la calle, a lo que Morfín respondía que hay situaciones que se persiguen de oficio –como el abuso sexual o la violación, por ejemplo. Y bueno: hay que ser muy sangre de atole para ver que están abusando de un menor y quejarse del reglamento, en lugar de poner la denuncia y exigir a las autoridades que hagan su labor.

Como en otros temas, la defensa de las libertades se topa con la pared de aquéllos que creen que sus creencias restrictivas –sean religiosas o morales– deben ser política pública. Y en este caso, creo, es una exageración: aunque no faltará quien busque estirar la liga de la libertad para ver dónde revienta, lo más seguro es que no ocurra el apocalipsis lúbrico que muchos vaticinan. Pero, seamos sinceros, ¿qué otra cosa se podía esperar de una sociedad que se escandaliza hasta cuando una mujer se saca la teta para lactar a su bebé en un centro comercial?

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JJ/I