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Temor y vergüenza

Entro al baño del foro después de dos horas de escuchar clásicos del rock mexicano. Salta la pregunta de siempre ¿cómo se te hizo, del uno al 10? Un seis, buena onda, es la respuesta. Los interlocutores se molestan, llevan vasos de cerveza en la mano, increpan, “mínimo un ocho ¿no?”. La respuesta es siempre: no se puede calificar bien a un grupo de músicos que se suben a cantar sin saberse la letra de una canción, no se puede hablar bien de un espectáculo donde la guitarra se oye más que la voz de uno de los vocalistas con una voz defendible, aunque su aspecto sea el del tío pacheco. La filosofía del palomazo justifica la falta de profesionalismo o el muy mexicano ahí se va. El jugueteo, chacoteo, el palomeo, acerca más a los músicos en escena a un grupo de bohemios que a un grupo de profesionales.

A veces puede más la dinámica del recuerdo para evaluar un concierto y un puñado de canciones, que la mirada objetiva respecto a la calidad del show de lo que se ofrece por lo que se paga.

Recuerdo que alguien me dijo que un disco de rock mexicano exitoso había logrado vender 30 mil copias a finales de los 90 ¿Qué es ese número frente a los 38 millones de copias vendidas en Estados Unidos de Greatest Hits 1971-75 de The Eagles?

Un músico de una banda mexicana nueva se indigna al ser cuestionado sobre la escena abundante en grupos que dejaron de lado las guitarras y prefirieron los teclados. Otro músico entrevistado se sorprende al preguntarle si ya dejará de pertenecer al sector de los grupos románticos que endulzaron lo que malamente se llama rock mexicano. “¿Te parece?”, responde con disimulo.

Me viene a la mente aquella canción de 2005 de una banda que llegó, tocó y a nadie le importó pero en la que su disquera se gastó mucho dinero para colocar en el mercado sin conseguirlo, Los Látigos, que cantaban “¿Cuál es tu rock? Salir en TV, vestirte muy mal y peinarte peor… ¿por qué te enojas cuando cantas canciones de amor? ¿Y ese es tu rock? Eso no es rock”.

Hablo con un músico que se retiró seis años. En su adolescencia rompía guitarras y se estrellaba botellas de vidrio en la cabeza hasta sangrar. Volvió con un disco punketo de canciones de desamor. Se retiró porque no pudo con la industria musical corrupta, donde vale más a quien conozcas que las buenas canciones.

Me cuenta alguien que una de sus canciones la dedica a quien le robó la taquilla de un show. Y recuerdo que Gustavo Cerati escribió en la letra de Cuando pase el temblor, una frase demoledora: “A veces tengo temor, a veces vergüenza”, de todo eso que veo y escucho sobre ese mito genial que es el rock mexicano.

fv/i