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Política lampedusiana

El nuevo escenario político en México, del cual somos testigos presenciales y caja de resonancia maravillada ante tal despliegue de malabarismos sutiles de la política de la llamada “cuarta transformación”, se ha tornado interesante y digno de comentar e intentar descifrar lo mejor que la ecuanimidad razonada permita, aunque el surrealismo persista con su inexorable lógica.

Cuando el 1 de abril de 2007 Carlos Briseño Torres asumió la Rectoría de la Universidad de Guadalajara, en su discurso de toma de posesión anunció la inauguración de la “tercera etapa” de esa institución de educación superior. Recuerdo haber comentado en aquel entonces que las nuevas etapas, épocas o transformaciones no se anuncian, sino que la propia historia las marca por las acciones emprendidas por los protagonistas.

Cuando Vicente Fox Quesada rindió protesta como flamante presidente de la República el 1 de diciembre de 2000, con el inicio del nuevo milenio, no sólo marcaba una alternancia política en el poder, sino que anunciaba una transformación anhelada por quienes en su momento emitieron esa esperanza a través del voto en las urnas. Por desgracia, la historia atestiguó que sólo se dio un cambio de personas y que el régimen político permaneció muy poco alterado. Sólo cambió el estilo personal de gobernar.

No obstante, la ciudadanía le volvió a dar un voto de confianza al Partido Acción Nacional y su candidato Felipe Calderón Hinojosa quien, en la búsqueda de legitimidad por el cerrado triunfo electoral, la emprendió contra la delincuencia organizada y, más que haberla atenuado, agitó el hormiguero a tal grado que llegó a acumular más de 100 mil muertos relacionados la “guerra contra el narcotráfico” durante su sexenio. Lo ciudadanos nos quedamos esperando el cambio.

En lo que va de este sexenio, el número de muertes por las mismas causas en estas fechas ya ha superado las del anterior sexenio, estando a tres meses de que concluya la administración federal de Enrique Peña Nieto, un sexenio marcado por la corrupción, la impunidad y las “reformas estructurales” fallidas. La ciudadanía ya no esperó y decidió abrumadoramente darle más de 30 millones de votos de confianza a Andrés Manuel López Obrador para que emprendiera el cambio tan ambicionado por la mayoría de los mexicanos.

Sin embargo, los atisbos de las primeras sesiones del Congreso General no auguran tiempos nuevos. En principio, la actitud de la bancada de Morena al corear “¡es un honor estar con Obrador!”, el pasado 1 de septiembre durante la sesión constitutiva de la 64ª Legislatura en San Lázaro habla de quién les dará línea en su agenda legislativa y anuncia su disciplina parlamentaria. Además, la deplorable actitud de abuchear a quienes hacían uso de la voz en tribuna demuestra que no les ha caído el veinte de que ya no son oposición: “Ya ganaron”, a decir de Muñoz Ledo.

Por otro lado, en el Senado, con la decisión tomada inicialmente y después recular con relación a la solicitud del gobernador/senador verde Manuel Velasco Coello, demostró también que las decisiones cupulares se toman no en las comisiones, sino en lo oscurito (o en la “caja negra” eastoniana, para ser menos corriente). Claro que estas decisiones fueron avaladas por el líder máximo de Morena (del Partido Verde no se extraña, pues siempre ha sido veleta de la fuerza política que le asegure supervivencia presupuestal).

De igual forma, las reversas a varias promesas de campaña del candidato de Morena, la integración de su gabinete y sus nuevos miembros del Congreso (Senado y Cámara de diputados), producto algunos de ellos de una prodigiosa reconversión política insólita. Los más sorprendidos y que guardan un silencio furtivo son quienes más lo promovían y defendían en redes sociales o tratan de justificarlo con argumentos sofísticos por el incumplimiento de los compromisos.

En mayo pasado, en este mismo espacio titulé una colaboración “Gatopardismo a la mexicana”; ahora, para no repetir, mejor me remito a su autor: Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

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JJ/I