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Balance de un sexenio que agoniza

Estamos justo en el fin de la alternancia en la que el PRI regresó al poder y probó que ya no tenía mucho que ofrecer al país, aunque todavía el control corporativo y sus alianzas con grupos de poder local le permiten gobernar en algunos estados de la República. El último informe presidencial y los spots con que nos bombardearon desde la semana previa muestran el país que sólo el presidente, sus allegados y los priístas quieren ver. El resto de los mexicanos podemos creer que todas esas acciones se llevaron a cabo, pero sabemos que no responden a un proyecto coherente que marque una clara dirección en la gestión de Peña Niet

Es evidente que el mandatario enmarca los avances y sus principales logros en las reformas estructurales y su repercusión, sobre todo en el ámbito económico. Podemos coincidir en que era muy importante plantearse esas reformas, que quien hubiese llegado a la Presidencia no podría postergarlas. Más aún, el planteamiento inicial y su arranque obligó a las distintas fuerzas políticas a sumarse al esfuerzo de dar forma a esos proyectos, a reformas que a lo largo del sexenio fueron desinflándose o perdiendo la ruta, especialmente aquéllas que lograron mayor consistencia, como fue el caso de la reforma educativa o la energética. En contraste, la reforma política no alcanzó a tener un diseño atractivo ni puntos de convergencia atractivos y necesarios para que las distintas fuerzas políticas la impulsaran.

A pocos días de que concluya la gestión de Peña Nieto, los rezagos y las omisiones también contaron, dejaron en evidencia la baja legitimidad de un gobierno que no supo meter potencia y dar continuidad a su programa, a tal grado que los pobres resultados cobraron la factura al PRI y a su joven presidente en las pasadas elecciones de julio. Las asignaturas pendientes también merecen ser destacadas, sobre todo en lo referente a moderar las desigualdades sociales y entre las regiones del país, mucho nos quedó a deber este gobierno para enfrentar esa cadena de problemas que vinculan delincuencia, impunidad y corrupción.

Como podemos constatar, el sexenio cierra con marcados claroscuros y el presidente todavía en funciones, consciente de que ya no puede hacer algo, no ha tenido empacho de encargarle al presidente electo que se haga cargo de sus reformas truncas y en sus cápsulas deja una herencia de pendientes para el próximo gobierno que entrará en funciones el 1 de diciembre, esperando que concluya lo que no pudo liderar y llevar a buen puerto.

Entre los pendientes a destacar está la reforma educativa, la más publicitada y que como postulado inicial tenía mejorar la calidad en la educación. Lo que se promovió, a fin de cuentas, terminó por convertirse en una reforma laboral para mantener control sobre un magisterio viciado y acostumbrado a prebendas sindicales. Muy poco se hizo para mejorar las capacidades, el capital humano con el que se impulsaría una reforma orientada a mejorar la calidad de la educación, con incentivos adecuados para que los docentes que tuvieran un buen desempeño y aquéllos que apostaran por su formación continua e innovar en las aulas, fueran apoyados y promovidos.

La reforma energética hasta ahora no ha dejado ver las cuantiosas inversiones que se anunciaron, sólo el cambio de concesionarios en gasolineras que siguen vendiendo la gasolina de Pemex, simulando que hay libre competencia. De nuevos proyectos para desarrollar energía eólica y solar, etcétera, el sexenio no alcanzó ni a arrancarlos. Y en telecomunicaciones, no hubo la apertura a nuevas inversiones. Lo que pasó es que el monopolio de la telefonía, ahora diversificó inversión en televisión, pero sin mejor oferta de calidad y cobertura.

Al Pacto por México le faltó aire, las reformas no fueron debidamente guiadas para satisfacer lo que los mexicanos necesitábamos. La “experiencia probada y nueva actitud” podría ser el epitafio del partido en el poder.

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JJ/I