INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

La ausencia a gritos

Para mi hermano Luis Miguel

Hay personas que tienen la capacidad de darse cuenta de lo absurdo que es el mundo, de lo extraño de nuestras conductas y las incongruencias en las que persistimos. Mi hermano era una de esas personas, quien además contaba con un sentido del humor maravilloso, con el que señalaba la ironía de la situación, y que además lo usaba para nunca tomarse demasiado en serio él mismo.

Definitivamente uno de los rasgos más distintivos de su personalidad fue su bondad. Mi hermano era un buen hombre. Incapaz de actuar con malicia o para dañar a propósito a nadie, siempre procedía con total honestidad, y jamás lo movía el ánimo de revancha. Cuando éramos niños, me recriminaba que yo era incapaz de “quedarme con algo” porque  buscaba desquitarme. Pero eso no fue lo único que me enseñó: también me contagió su pasión por encontrar la verdad, por pensar correctamente, por la ciencia (¡y la ciencia ficción!, mi hermano conocía a la perfección el universo de Star Trek); él fue mi primer maestro de fotografía y, aunque he tenido grandes profesores, él fue quien me dio las lecciones más entrañables: podía pasarse horas esperando la iluminación correcta o el ángulo preciso; gracias a él soy fotógrafo.  Quizá de sus aficiones la única que no llegué a compartir realmente fue su amor por los automóviles, de los cuales tenía un conocimiento enciclopédico.

Otra característica sobresaliente de su carácter era (no me resigno a hablar en tiempo pasado) su profunda inteligencia, su capacidad para entender temas en extremo complejos, así como para encontrar las conexiones entre asuntos aparentemente no relacionados entre sí. Sus clases eran un tour-de-force en el que explicaba los contextos históricos, los avances tecnológicos, los cambios sociales y un millón de datos para entender no sólo el mundo a nuestro alrededor sino también las tendencias para el futuro. Me parece una gran desgracia que mucho de ese conocimiento no se haya recogido de manera formal, no hay textos ni libros ni grabaciones que recojan la genialidad de su pensamiento, aunque queda el consuelo de que sus alumnos hayan aprendido de él una manera distinta de pensar la realidad.

Tengo un recuerdo muy particular de él, tratando de enseñarme a andar en bicicleta, corriendo detrás de mí mientras yo le pedía que no me fuera a soltar. Pese a sus esfuerzos, yo no aprendí. Años después, me llevó a un museo de ciencia para mostrarme que, gracias a la conservación del momento angular, era más fácil seguir andando en bicicleta que caerse. Y, aun así, nunca aprendí.

Mi hermano cuando emprendía un nuevo proyecto se aseguraba de tener lo adecuado para llevar a cabo lo que quería hacer, ya fueran computadoras, cámaras fotográficas o bicicletas, él quería que su equipo nunca fuera una limitante para explotar su creatividad; quizá esto no lo comprendimos a fondo ni a tiempo, pero sólo así se sentía cómodo para explorar e investigar, y ciertamente mi hermano era una fuente inagotable de ideas nuevas e invenciones, aunque le costaba trabajo hacerlas realidad. Mi hermano era un visionario.

Pero, sobre todo, mi hermano era un hombre de familia que amó intensamente a su esposa y a sus hijos, de quienes estaba orgulloso a más no poder; no dejaba de contarme sobre lo bien que iban en la escuela o alguna frase sorprendente que se les había ocurrido. Mis otros hermanos y yo siempre lo recordaremos como alguien ejemplar, que nos quiso, nos cuidó y nos tuvo una paciencia infinita, que bromeaba de todo pero que siempre se tomó muy en serio sus responsabilidades; que fue también un hijo increíble de quien mis padres siempre estarán orgullosos.

Siempre lo voy a extrañar. Las alegrías ya no son completas, me hace falta mi hermano para compartirlas.

[email protected]

fv/i