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Jalisco huele a fosas clandestinas

Mientras escribo escucho a una estudiante que conversa alegre con su amiga a través de su computadora portátil. Ambas se ven en las pantallas, ríen, hacen planes. Al otro lado, alrededor de una mesa contigua, un joven y dos chicas también platican. Su tema es acerca de una materia de la escuela y de sus amigos. Su edad podría situarse en unos 20 años.

Si desaparecieran a cualquiera de los cuatro jóvenes, perderíamos sus risas, su tono de voz, los sueños que abrigó, los pensamientos que almacenó en su mente, su mirada inquieta, la historia personal que construyó, la ropa que le gustaba usar, las pequeñas cosas que disfrutaba, los textos que escribió en sus cuentas de redes sociales, la vivacidad con que se conducía. Perderíamos a un ser humano con derecho a ser feliz. Perderían su familia, sus amigos y todos nosotros. Lo perderíamos tras horas o días de terrible sufrimiento a manos de quienes lo desaparecieron. Con cada desaparecido nos deshumanizamos más y más. Y pareciera que ni cuenta nos damos de la tragedia.

Pienso en eso tras leer un informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). A las cifras le pongo los rostros, las voces, la corporeidad de quienes en este momento me rodean. Nadie está a salvo en una entidad y un país en que las desapariciones laceran su espíritu. Y quizá no nos percatamos de que salir a la calle, viajar por carretera o caminar por una plaza es participar sin desearlo en el perverso juego de la ruleta rusa de las desapariciones.

Tampoco ningún sitio está libre de convertirse en escenario de la crueldad. Los victimarios lo saben y disfrutan su quehacer maligno, justifican su maldad, se saben amparados por la impunidad. La inacción, inutilidad e ineficacia de quienes gobiernan es el manto cómplice que protege a los criminales. Una gran pregunta es cómo recuperar el valor supremo de la paz. Desde la visión de la CNDH falta que las actuales autoridades de los tres niveles de gobierno y las que próximamente asumirán las responsabilidades de la conducción del país establezcan en el corto plazo una política integral que prevenga, investigue y sancione las violaciones que se generan con la práctica de realizar inhumaciones en fosas clandestinas.

Sí. Las fosas clandestinas. Las que en Jalisco aparecieron una tras otra el mes pasado, en la zona metropolitana. Se trató de una nueva sacudida que la CNDH evidencia con sus cifras: un muestreo hemerográfico realizado por el organismo sobre fosas clandestinas derivó en el hallazgo de cuando menos 163, entre el 1 de enero de 2017 y el 30 de agosto de 2018, de las que se exhumaron por lo menos 530 cuerpos, de los que solamente se identificaron 54, uno de cada 10.

El número de restos localizados ascendió a 165 mil 431. Hasta hace 10 días el estado en el que se exhumó el mayor número de cuerpos fue Jalisco, con 126. Nuestra entidad ocupó el primer lugar en muestras de maldad al inhumarse los cuerpos vencidos. Le seguía en ese periodo Veracruz, con 83, que tras el hallazgo en los primeros días de septiembre de otra fosa clandestina pasó al primer lugar y Jalisco al segundo. Eso no impide que Jalisco huela a muerte, a muertos, a sangre, a miedo. En cada sepultura ilegal están los restos de personas buscadas por familias.

La semana pasada se publicó en el periódico oficial de Jalisco la Comisión Interinstitucional para el Seguimiento de las Acciones Implementadas por el Gobierno del Estado de Jalisco para el Fortalecimiento de la Fiscalía Especializada en Personas Desaparecidas y de la Comisión de Búsqueda. En la comisión están representados organismos ciudadanos y de familiares de desaparecidos. Que su presencia impulse acciones para encontrar a los desaparecidos. Para que Jalisco no esté en el primero ni en ningún lugar de cadáveres exhumados. Para que Jalisco no huela a fosas clandestinas.

Opinión de:

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JJ/I