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Lecciones

Existen pocas categorías tan escurridizas como la de compañía de tecnología. Ahí mismo caben empresas muy disímiles que se dedican a la salud, la educación, el transporte o la comunicación. Sin embargo, éstas acarrean componentes de novedad que dificultan su definición en los ramos tradicionales de la industria.

No resulta fácil establecer si, por ejemplo, Netflix es una televisora, un canal o una especie de servidor que aloja videos. Es todo eso y otra cosa a la vez; produce contenidos como televisora, cobra a sus audiencias por su servicio como canal de cable y actúa sobre la demanda del usuario como YouTube. Este complicado acertijo ontológico es sólo uno de los más paradigmáticos, pero hay más.

Lo que conocemos como redes sociales son esencialmente espacios para la publicación de contenidos y la venta de publicidad. Descripción que, hasta hace no mucho, definía a los medios de comunicación. Pero es comprensible que Facebook, Twitter o Instagram eludan ser categorizadas como tal. En primer lugar, ser un medio ya no es glamoroso ni está de moda. En segundo lugar, por lo menos desde la segunda mitad del siglo pasado, ser un medio también implica responsabilidades y sometimiento al escrutinio de terceros.

Ahora son los medios los que quieren comportarse como empresas de la tecnología. El diario estadounidense The Washington Post ya es clasificado por algunos como una compañía de software, mientras que The New York Times y The Wall Street Journal dan cada vez más peso a sus equipos tecnológicos en su transformación. Por su parte, la BBC de Inglaterra ha emprendido muchos experimentos interesantes para expandir sus fronteras digitales.

En México, medios como El Universal ya empiezan a considerar soluciones y productos tecnológicos para la generación de contenido y venta de publicidad. Televisa y Tv Azteca contratan youtubers para reestructurar sus estrategias y revitalizar sus contenidos.

Pero si los medios tradicionales han tenido que aprender sobre la nueva cultura tecnológica, tal vez dichas plataformas también tienen que aprender de los primeros. Sobre todo, porque recae en sus manos la importante labor de informar al mundo y todo lo que ello conlleva.

La viralización de rumores a través de las redes sociales ha dejado estragos en todo el mundo. Posiblemente el caso más grave está en el rol de Facebook como herramienta para el genocidio en Birmania, según acusó un informe de la ONU en marzo. Es tan grave el asunto que la empresa de Silicon Valley decidió bloquear las cuentas de los militares de ese país, algo inédito en la historia de la compañía.

¿Cómo actuaría un medio de comunicación en este contexto? ¿Qué lecciones se pueden encontrar en la historia del periodismo para evitar ser una correa de transmisión del odio? Ya es tiempo para que las redes sociales asuman su responsabilidad editorial con cautela. El mantra de primero destruye y luego lo arreglas debe terminar. El riesgo se ha vuelto alto.

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JJ/I