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En los Altos de Chiapas

Con el claro propósito de conocer el mundo donde se desarrollan la mayoría de las novelas y cuentos de Rosario Castellanos (Balún Canán, 1957; Ciudad Real, 1960, por ejemplo), no hace mucho realicé un amplio recorrido por Chiapas. Me detuve, sobre todo, en San Juan Chamula y en San Cristóbal de las Casas, donde ella, en los años 60, cuando en Tuxtla Gutiérrez trabajó en el Instituto de Ciencias y Artes, acudió en persona a las funciones que ofrecía el Teatro Guiñol del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil que ella dirigía, y cuyas referencias se hallan en una crónica en El uso de la palabra (1974). Encontré, como es de suponerse, la simiente de las historias de su narrativa y la fuente que por contraste logró que la Castellanos mirara al ser femenino de otras latitudes; de lo regional, luego, se fue hacia lo universal.

Mujer que sabe latín es, entonces, el lado opuesto a su narrativa, como lo son, también, casi todos sus libros ensayísticos: sin olvidar nunca lo mirado en las mujeres chiapanecas, Rosario Castellanos alcanzó la perspectiva para volverse ecuménica. De un planteamiento general sobre el eterno femenino, camina, luego, hacia el hecho concreto sobre la educación formal de la mujer mexicana; en seguida el texto hace un amplio recorrido sobre el pensamiento y las posturas de las escritoras que admiraba Rosario Castellanos, quienes seguramente le llenaron de ideas y la formaron en su totalidad. Mujer que sabe latín, en todo caso, es un cuaderno en el que se colocan discusiones, descubrimientos y homenajes. Encuentros y conversaciones. Despliegue de ideas propias y ajenas. Breviario literario e historia de las ideas femeninas: mesa de trabajo donde se escucha hablar a las mujeres sabias.

Poeta, narradora y ensayista, a Rosario Castellanos le sobreviven –como es natural– sus obras: materiales de escritura imprescindibles para entender su mundo, la construcción de un pensamiento y el desarrollo histórico de nuestro país.

Su intensa vida se apagó el 7 de agosto de 1974, bajo un signo extraño. Poco antes de su muerte dispuso sus papeles y nos dejó algunos libros edificantes. Su desaparición terrenal, a la vista de todos, se antoja indignante: embajadora y catedrática de la Universidad Hebrea de Jerusalén desde 1971 en Israel, la fecha fatídica salía de bañarse y fue a contestar el teléfono. De una lámpara surgió una descarga eléctrica y la fulminó: la chispa vital de Rosario se apagó en Tel Aviv.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/i