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Algunos avances democráticos

“El peor analfabeto es el analfabeto político”, dice un poema atribuido a Bertold Brecht, porque “no oye, no habla, ni participa en los acontecimientos políticos”. El problema, para Brecht, es que ese analfabeto político no se da cuenta de que muchos de los factores que determinan su calidad de vida dependen de decisiones políticas, y deja que sean otros quienes decidan, aunque eso implique daños para sí mismo y para otros.

Y por supuesto que habrá personas que se sientan mejor desentendiéndose de la política, absteniéndose de opinar. Como bien lo explica Erich Fromm, el miedo a la libertad se origina en el miedo a hacernos responsables de nuestra propia existencia, y de las consecuencias de nuestras decisiones. Es mucho más sencillo culpar a alguien más –a “los políticos”– de todos los males que padecemos.

Esta actitud de miedo y de resistencia a asumir nuestra responsabilidad ciudadana explica, en parte, nuestra gran capacidad para burlarnos de quienes nos gobiernan. La risa es, en muchos casos, una respuesta ante lo que nos asusta o no entendemos, o a lo que nos fuerza a abandonar la comodidad de nuestra postura frente al mundo y frente a nuestra propia existencia. En ese sentido es más sencillo reírse de quien representa aquello que no queremos enfrentar: el poder, la responsabilidad, la definición de la propia identidad, etcétera.

Claro, no en todos los casos es así. El humor también nos permite reconocer la dimensión humana de quienes ejercen la autoridad y de esa manera evita que les tratemos como seres dignos de culto y podamos mirar sus errores, y nos decidamos a criticar sus excesos.

Sin embargo, cuando nuestra relación con la política se reduce a la pura burla, el chiste, la broma, el meme, pueden convertirse en meras catarsis o escapatorias de la realidad, de esa realidad que Brecht nos recuerda: “que el costo de la vida, el precio del pan, del pescado, de la harina, del alquiler, de los zapatos o las medicinas dependen de las decisiones políticas”. Y si eso, más la corrupción que se genera, nos ofende, entonces es necesario asumir nuestras responsabilidades.

En ese sentido, me alegra reconocer que, como me lo hizo notar mi colega Mónica Montaño, en estos últimos meses ha ido mejorando la calidad de lo que se discute públicamente, porque, aunque siguen circulando chistes y memes sobre nuestros gobernantes en turno, también se discuten temas claramente políticos.

Un ejemplo de lo anterior es el debate que se está dando respecto a si se debe o no consultar a la población en temas como la ubicación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Hay posturas encontradas: están quienes defienden la opinión de los técnicos por encima de cualquier otra y quienes consideran que hay cuestiones que los técnicos suelen ignorar, y por eso abogan por la inclusión de más puntos de vista, para tener un panorama más completo, que oriente la decisión pública.

Ese debate, independientemente de la postura que se respalde, es eminentemente político, pues implica la discusión respecto a quiénes deberían involucrarse en ciertas tomas de decisión y quiénes no deberían hacerlo. Y los criterios para decidirlo son fundamentalmente políticos, porque brotarán del resultado de una discusión, en la que se ponen en juego los argumentos que cada participante es capaz de formular. Porque no existen criterios exclusivamente técnicos para determinar qué actores deben participar en una decisión pública y cuáles no, porque esa decisión es una cuestión de poder.

En ese sentido, el que haya tantas personas discutiendo asuntos públicos representa un avance democrático, que se suma al hecho de que la población está exigiendo cuentas y está aprendiendo a reconocer a quién debe exigírselas, como lo hizo parte de la ciudadanía jalisciense la semana pasada al pedir cuentas a sus tres representantes en el Senado, Antonia, Verónica y Clemente, respecto a la licencia que se concedió al actual gobernador interino de Chiapas.

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@albayardo

JJ/I