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Reflexiones post-MET

Hace tres días, antes de la publicación de esta columna, el video que subí en mi Facebook personal del discurso del jurado como cierre de la Muestra Estatal de Teatro (MET) se había compartido casi 4 mil veces.

No recuerdo haber asistido a ninguna otra ceremonia de clausura de la MET antes.

Me viene a la memoria,  hace algunos años, los premios que la Promotora Teatral Independiente entregaba, impulsados por Alejandra Tello, de los cuales me tocó escuchar de todo: que eran importantes, que no eran importantes, que eran para sus amigos, que no tenían gran valor. Entre partidarios y detractores, sucedía que la mayoría de los premiados al saberse ganadores, subían al estrado orgullosos y posteriormente incluían en sus currículos este reconocimiento.

Muchas cosas han pasado en la historia de estas 23 ediciones de la MET. Y muchas no han pasado. Habrá otros que puedan hacer un recuento más detallado como Jorge Fábregas, de aquello que los jurados en cada muestra han venido manifestando a lo largo del tiempo, que bien valdría la pena poder leer una publicación impresa al respecto.

Los premios en el teatro siempre son un asunto complejo. Como en el cine. Sin embargo, existen en este último mayores canales de legitimación a propósito de los premios en festivales, con su correspondiente mundo oculto de relaciones, posiciones y circunstancias de poder. Recomiendo a propósito de esto la novela Ánima de Antonio Ortuño, uno de los escritores mexicanos más prolíficos y destacados  en la actualidad.

Recientemente se llevó a cabo en la Ciudad de México, la primera edición de Los Metro, una iniciativa independiente, que desarrolló todo un sistema para la premiación de distintas categorías en el teatro. Por otro lado en Jalisco, se decidió eliminar los premios en la MET.  Mientras en el primer ejemplo la idea de la premiación pretende ser un impulsor para la legitimación de cara a una industria que pone el acento en la relación de consumo por parte del público, en el otro, su desaparición obedece a una reflexión que pasa por otro lugar. En ambos casos, los contextos son fundamentales para comprender su razón de suceder. Ya lo abordaba Bourdieu al hablar de las condiciones de producción, circulación y consumo.

No tengo más caracteres para escribir. Me quedo con preguntas: ¿A quién le importa el teatro que proponemos? ¿Qué contenidos y estéticas estamos planteando a propósito de nuestros contextos? ¿Qué discusiones tendríamos que poner en la mesa? ¿Existe un interés real en el diálogo? ¿Funcionan los espacios de reflexión?

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JJ/I