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De la estirpe de los Evangelistas

En términos bíblicos, Juan José Arreola pertenece a esa estirpe de los Evangelistas, y que el Diccionario Mundo Hispano define como “el que anuncia buenas nuevas” (según la etimología griega euangelistes) y es usado –de acuerdo con el diccionario– en un sentido general para “cualquiera que proclama el evangelio de Jesucristo”, o “una clase particular de ministerio”.

Arreola, en todo caso, desde siempre trajo a los oídos las antiguas primicias de la palabra y las novedades que no siempre tienen que ver con lo nuevo, si no aquello que uno no conocía y es relevante y enriquecedor. Es, pues, un ser –aún lo es– que a través de la palabra estimula el amor hacia el lenguaje y nos lleva siempre por el sinuoso camino de la imaginación. De hecho a Juan José Arreola lo escuché hablar a lo largo de 30 años —casi la mitad de mi vida— y fue él quien me estimuló el gusto por la lectura y, luego, la escritura.

Soy, debo decirlo de una vez, un hechizado por la palabra del Maestro que alguna vez fue mi vecino, pero que yo no sabía quién era. Fue hasta finales de los años 70 que un amigo me dio a leer un libro suyo, luego de que en los cuadernos de textos de la primaria lo descubriera yo con un fragmento de La feria.

Leí entonces la novela y, acto seguido, justo frente a la catedral, Arreola cruzaba en su moto y mi amigo me dijo: “¿Quieres conocer al escritor de La feria?”; a lo que yo contesté casi en automático que sí.

Es un síntoma de los lectores creer que los grandes escritores ya están muertos, sin embargo fue el caso que Arreola estaba vivito y coleando, era mi vecino, y estaba ante mis ojos. Mi amigo lo señaló con el dedo y fue que le dije: “¿Él es Arreola?, no es cierto. Él es mi vecino…”.

Entonces mi vida cambió. Y seguí al Maestro por largo tiempo. Algunas veces lo espiaba desde la azotea de mi casa: lo veía salir de su casa del bosque y lo miraba perderse; otras lo veía en la televisión; lo escuchaba desde el fondo de sus libros y, más tarde fui su alumno de lectura en voz alta, primero en la Casa de la Cultura de Zapotlán y, en seguida, en su casa.

Ya en Guadalajara lo escuché una vez por semana en el Ex Convento del Carmen; luego en la Facultad de Letras de la Universidad de Guadalajara. Cuando fue el momento, hice el libro Arreola, un taller continuo donde entrevisté a algunos de los alumnos de su taller de los años 60; en todo caso lo seguí: hasta que un día volví a su casa de Zapotlán y conversamos largamente. Una parte de esa entrevista (que aún conservo en casete), la coloqué en lo que fue mi primer libro, que se publicaría años después, en 1995.

JJ/I