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Crucificándose
Empiezan las campañas
Cuando escribió al respecto, Juan José Arreola quizá no se imaginaba que en el pueblo algo se quedaría estático. El ruido de las palomas que van y vienen del kiosko en la Plaza de Armas de Zapotlán el Grande hace que la gente mire hacia arriba, hacia el cielo azul, pero también a tener cuidado de dónde se sienta al tomar la sombra, hay árboles que son una trampa. El día transcurre tranquilo en el pueblo en el que ya no son “más o menos treinta mil”, sino más de 97.
Hay quienes lo recuerdan bajar de su casa, o su “cabaña” en su motoneta. Vestido de capa y sombrero, elegante para hacer sus diligencias en el pueblo o comer algo. Aunque durante toda su vida, Juan José Arreola habitó tanto la Ciudad de México como Guadalajara, Orso Arreola, su hijo, dice que en realidad nunca dejó Zapotlán. “Estaba realmente orgulloso de su tierra, como buen jalisciense. Nunca se fue de Zapotlán, decía que le gustaba tener un lugar para cuando podía venir aunque luego tuviera que irse tan pronto”, contó.
Su obra ha sido catalogada constantemente como una obra universalista, aunque sí dedicó varias partes de su escritura publicada a hablar sobre Zapotlán en algunos cuentos, pero sobre todo en La feria, su única novela.
La narración casi testimonial de este último libro refleja la idiosincrasia y el habla de los habitantes de Zapotlán y sus discordias morales, de clase y religiosas, así como la lucha agraria, es probablemente el reflejo del mismo pueblo que lo vio crecer y formarse y al que él vería, ya después con una mirada profundamente crítica.
“Mi padre vivió la guerra cristera y las discusiones del clero y el estado. Recuerdo que contaba con claridad esa etapa: mi madre me tapaba los ojos con su rebozo para que no viera a los colgados, decía”.
Pero también refleja las nubes de lluvia, la vida en el campo, el cielo y la fiesta, la calma que todavía se percibe en el pueblo que aún lo recuerda en cada esquina de sus portales.
El Santuario, el callejón, el jardín central, la Catedral, que no acabaron de construir, el callejón, el Testeraso, en la calle Zaragoza, en donde el Licenciado se fue de boca con su pedazo de cuadril en la mano, en el Templo de La Merced o en la calle 15 de Mayo por donde el reportero escuchó los balazos de los gendarmes siguiendo a los prófugos, hay muchas referencias que se pueden leer a lo largo de La feria y que si se conoce se lee aún más de cerca.
Si se quiere recorrer Ciudad Guzmán como lo haría Arreola quizá debería comenzarse por el balcón de la terraza de su casa en la calle Lomas, arriba del cerro donde cuando la comenzó a construir en 1968, según contó Orso, casi huyendo de los hechos del 2 de octubre, y desde donde a lo mejor como al señor Cura del libro, subía a ver el pueblo por arriba. A lo mejor también estaba cansado de verlo por debajo.
Acaso también se puede comenzar con la vieja estación del tren, donde en su juventud esperaría el ferrocarril que lo llevara a Guadalajara y luego, a veces también, al ex Distrito Federal, como si ese siempre hubiera sido su destino. Hoy una estatua de su figura de tamaño real se encuentra justo en frente de la fachada que da a la avenida, cuando llueve se hace un charco a su alrededor como si sus pies fueran una isla y se refleja una sombra. En esa oscuridad el lugar parece totalmente vacío y abandonado. Excepto por él.
Ya sea en la que ahora es su Casa Taller Literario, en la casa de sus padres ubicada en la Lázaro Cárdenas, donde nació en 1918, en la Plaza de Armas donde Juárez le da la espalda a la iglesia y como en La feria, están “los prados de árboles y flores. Alrededor, dos amplios paseos formados por tres hileras de bancas de fierro donde toman asiento las familias”, Arreola sigue caminando por las calles de Zapotlán, tal vez en el espíritu de la serie de negocios y tiendas que llevan su nombre o la referencia a su obra –como el Café Confabulario, los abarrotes y la telesecundaria Arreola–, recorriéndolas en su Vespa, o mirando al infinito hacia el cielo estrellado “la última columna de humo, recta y delgada”, del castillo en llamas de la feria.
RECUERDAN SU LEGADO
En uno de los locales de los portales, Eduardo Ávila puso su librería hace ya varios años. En él se venden tomos actuales y obras clásicas, pero también las obras completas de Arreola. Lalo, como le dicen los amigos, no se imaginó que llegaría a serlo. Su primer contacto real con la literatura fue ya en la edad adulta cuando trabajaba en una fábrica y alguien se burló de él porque no conocía a los hombres ilustres de su pueblo.
“Me sentí avergonzado y de inmediato me puse a leer”, contó en entrevista. “Pronto me hice amante de los libros por eso y, ya ves, no me ha dejado de maravillar su obra”. Es librero y músico, de hecho está preparando un concierto junto con otros libreros de Zapotlán en homenaje a Juan José Arreola con trova yucateca, que para él es lo mismo que la mejor poesía.
Pedro Mariscal, autor y profesor, por su parte, leyó a Arreola cuando era un estudiante en la Normal. Venido de un pueblo lo primero que le encantó fue esa referencia a la vida rural. Hasta el día de hoy La feria sigue siendo la obra a la que vuelve de manera más constante incluso por consejo para sus propios cuentos.
“Él fue el primer director de la casa de la cultura, alrededor de él hubo en su tiempo una gran efervescencia cultural. Después de un tiempo un compañero de la Normal y yo nos reunimos con un club de lectores a donde Arreola acudió varias veces para hablar de literatura pero creo que no lo aprovechamos del todo”, contó. “Nos contaba de todo y nosotros maravillados no hacíamos más que escuchar.
La voz y la figura del maestro para ellos sigue estando tan viva como cuando no era descabellado cruzarse con él por las calles de Zapotlán o platicar al respecto con el mismo Orso que se une a la conversación con quienes siguen interesándose en mantenerla viva.
Aunque para ellos las cosas sí han cambiado, quizá porque hay un poco más de apatía en cuestiones culturales, hay algo que para ellos sigue siendo vigente en todas las reuniones y bohemias donde con varios amigos amantes también de la cultura, recitan poesía en voz alta en la mejor tradición arreolina pero también invitan a jóvenes escritores que publican o quieren publicar su obra.
“Creo que muchos lo recordamos como si hubiera sido ayer. Arreola siempre nos abrió la puerta de su conocimiento aunque fuéramos unos jóvenes del pueblo… de alguna manera y aunque él ya no está, hay que seguir manteniendo esa llama viva”, dijo Mariscal.
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FRASE
“Mi padre vivió la guerra cristera y las discusiones del clero y el estado. Recuerdo que contaba con claridad esa etapa: mi madre me tapaba los ojos con su rebozo para que no viera a los colgados, decía” Orso Arreola, escritor
JJ/I