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Un homenaje al hogar

Figura. Una estatua de Juan José Arreola recibe y despide a los visitantes de su casa, habilitada como centro cultural. (Foto: Alfonso Hernández)

En uno de sus muchos regresos a Zapotlán el Grande, el escritor Juan José Arreola decidió comprar un terreno para construirse una casa especial. Pese a todos los contras que tenía lo hizo en una de las lomas de lo que entonces no era más que un cerro y ahí comenzó los trabajos en 1968.

Cualquier intelectual hubiera simplemente invertido en el diseño de algún arquitecto que le gustara, hubiera puesto el dinero necesario en pro del lujo y la modernidad para vivir a sus anchas: Arreola no.

Él, junto con el arquitecto Joaquín Ponce, decidió diseñar una casa que tuviera su gusto y, por supuesto, su personalidad. Cantera, piedra y madera fueron los elementos decisivos y el respeto y la devoción por la naturaleza, el eje central de la construcción. Se sabe que también participó con sus propias manos en la construcción misma, con la ayuda de un carpintero llamado Rogelio Barragán Espinoza, apodado El Diablo.

Dos mil metros de espacio de lo que entonces era una especie de bosque, y que poco a poco se fue poblando de casas, hoy sostienen todavía esta construcción, que desde 2008 funge como un espacio cultural al que tienen acceso todos los zapotlenses y los visitantes interesados como para caminar los pasos del escritor en su propia casa.

Una estatua de tamaño real hecha de bronce inmortalizó la figura de Arreola, misma que permanece en la entrada de la casa, o en su salida, para que a quien entre no se le olvide que sigue ahí. Que no se ha marchado nunca.

El recorrido comienza y termina con el solar, la sala donde hoy se hacen conferencias y presentaciones, es el lugar con más luz de la casa, como un hogar en el que las paredes y el cielo hay madera y ventanas que funcionan como un calentador: cuando hace sol las estructuras de madera transmiten el calor hasta en las habitaciones más oscuras o a las de niveles más bajos.

Durante la construcción de la casa, una de las cosas que Arreola tuvo en cuenta fue la conservación del piso original de la tierra en que se construyeron y dejaron intactos los siete niveles de altura de la loma: ahí comenzaron los cimientos. Por eso al entrar da una sensación como de laberinto, cada habitación gira dependiente de la altura del piso. Hay que acceder a puertas que llevan a escalones de diferentes niveles en donde hoy hay un museo de sitio, pero antes hubo estudios, salas, comedores y habitaciones a donde el autor de La feria invitaba a sus amigos a jugar ajedrez o a departir sobre literatura.

A mano derecha, justo después de la entrada, hay una escalera que sube y luego baja a las habitaciones y al estudio que, como parte de la propuesta del centro cultural, conserva sus espacios y su imagen como en un museo del lugar en el que escribía Arreola. Las puertas bajas dan primero a un cuarto algo oscuro que ahora alberga primeras ediciones y fotografías, luego se sube a un siguiente nivel donde está el estudio. Un escritorio y una mesa de ajedrez son los muebles más llamativos, así como percheros que guardan todavía bastones ornamentados y sombreros.

Del lado izquierdo hay otras puertas, algunas conducen directamente a la terraza y el jardín y otras a zonas que ahora son utilizadas como salas de exhibición y que antes fueron cuartos.

El espíritu de que aquí comía, dormía, jugaba y escribía Juan José Arreola lo llena todo. Durante el día, cuando no hay visitantes, uno puede sentir como que lo está buscando detrás de la pared blanca, o deambulando por el jardín que hasta las 10 de la mañana luce húmedo por el rocío y desde donde a veces se escuchan las campanadas de la catedral. Cuando comenzó la construcción se utilizó aproximadamente un tercio de lo que es ahora. Comenzó siendo una especie de cabaña de madera.

Detalle. Esta ventana fue diseñada por el difunto escultor jalisciense Ramón Villalobos Tijelino, con una personalidad muy particular.
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Orso Arreola, hijo del escritor y principal promotor de su obra, contó que en el pueblo la conocían como la cabaña de Arreola. Poco a poco, cuando Juan José adquirió más metros de ese espacio, la casa fue creciendo, pero alrededor de esta estructura inicial y hacia atrás y hacia los lados conformando casi toda una manzana en subida, bardeada con piedra y alambre. Desde la calle esta parece la escritura de dos A mayúsculas en la calle Pedro Moreno de la zona que se conoce como las lomas.

El arquitecto zapotlense Jorge Rúa ganó una beca estatal del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) para hacer un estudio lo que hoy es la Casa-Taller Literario Juan José Arreola, en donde hizo un estudio topográfico del terreno y de sus características arquitectónicas, y en entrevista con NTR destacó que “la forma en que planeó la casa tiene que ver directamente con el paisaje, con disfrutarlo en casi todos los puntos de la casa. Disfruta del paisaje en todo momento por donde quiera que mires”.

Desde la terraza se puede contemplar, cuando no hay tantas nubes, el volcán, pero también se ve la capilla, el lago, las calles que llevan al centro y una tupida vegetación. Pero las paredes, sobre todo las ventanas, cada una en la altura de su superficie y el gran ventanal están contemplados para mirar hacia afuera casi desde cualquier punto.

“Estudiar su casa me marcó como arquitecto más que nada por ver cómo aprovechar el espacio y sus diferentes alturas, que seguramente él usaba dependiendo de su estado de ánimo”, mencionó.

Escritorio. El secreter conserva una de las máquinas de escribir que Arreola usó en vida, sobre todo durante sus últimos años, así como algunas fotografías.
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LOS MUEBLES DE ARREOLA

En el museo de sitio, uno de los elementos más representativos de su época es el secreter que conserva una de las máquinas de escribir que Arreola usó en vida, sobre todo durante sus últimos años cuando iba y venía, cada vez con menos frecuencia, de Zapotlán a Guadalajara. Este secreter forma parte de los muchos muebles antiguos, algunos que datan de hace más de 100 años, que conservaba Arreola en su casa, pero tiene además una historia especial. Orso contó que fue un regalo que le hizo Armando Ramírez, uno de los primeros amigos que hizo Arreola cuando radicó por primera vez en la Ciudad de México.

“Era un mueble muy especial y mi padre siempre trataba de convencer a don Armando de que se lo vendiera, pero él se resistía: había sido una de las herencias de su padre y había formado parte de su casa desde épocas del porfiriato. Mi padre era así. Se apasionaba en todo por las cosas antiguas” dijo.

Ese secreter contiene también fotografías de Arreola con sus nietos y algunos cajones donde, se supone, guardaba papel y otros artilugios para la escritura, pues permanecen cerrados y de cara a los muchos libreros que aún se conservan con varios ejemplares dedicados.

Frente al secreter está la ventana, uno de los elementos de la casa con más personalidad, una ventana redonda, sin marcos, pero alternada de piedra y vidrio divididas por una cruz y varios agujeros, como si se tratara de un códice. Esta ventana fue diseñada por el difunto escultor jalisciense Ramón Villalobos Tijelino y quizá también tenga un mensaje secreto que sólo ellos fueron capaces de descifrar.

Tal vez las paredes, los colores, el verde de los árboles que permanecen intactos y reflejados en los vidrios de las ventanas, o la selección de los varios tipos de maderas que fluyen en armonía alrededor de la estructura tengan inscripciones como esas, pero lo que es el exterior tiene todo que ver con Zapotlán, el lugar que lo vio nacer y el escenario de obras fundamentales como La feria.

En ese sentido la casa de Arreola no era sólo un espacio que lo reflejara a él como persona, apasionado de los detalles, devoto de las antigüedades y amante de la conversación, sino que fue en muchos sentidos también una especie de homenaje a Zapotlán –hecho en su tierra, con las manos de sus artesanos– un lugar desde el que él mismo fungía como observador y, en algunos casos, también como un vigilante silencioso que mueve, grave, las piezas en el tablero.

Pasión. Los libros son parte fundamental de la casa sin lugar a dudas, de lo que hay una importante colección de autografiados y ediciones antiguas.
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FRASES

“Estudiar su casa me marcó como arquitecto más que nada por ver cómo aprovechar el espacio y sus diferentes alturas, que seguramente él usaba dependiendo de su estado de ánimo”
Jorge Rúa, arquitecto

“Mi padre era así. Se apasionaba en todo por las cosas antiguas”
Orso Arreola

Paisaje. Todos los materiales de la casa son autóctonos, y la principal característica del lugar es su conexión con la naturaleza. 

JJ/I