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El Tlatelolco de González de Alba

Presencia. Imagen de Luis González de Alba durante su detención por soldados del Ejército mexicano, la noche del 2 de octubre de 1968. (Foto: Tomada del portal Replicante)

Luis González de Alba es recordado por haber luchado hasta su muerte por la libertad. Que sin intimidación ni corrección política dijo lo que pensaba siempre y luchó por lo que creía justo con su palabra y su voluntad, que también lo hacían escribir con rigurosidad las piezas periodísticas y literarias que siguen publicándose y leyéndose como en un homenaje que no se termina.

Este día se conmemora el segundo aniversario de su fallecimiento, pero también, en cierto sentido, su vida y sus recorridos en sus ciudades queridas desde Guadalajara y hasta Grecia, pasando por París. Nacido en Charcas, San Luis Potosí el 6 de marzo de 1944, pero radicado durante gran parte de su vida en la Perla Tapatía, estudió psicología en la Universidad Autónoma de México. Escribió música, poesía, divulgación científica –por lo que obtuvo en 1997 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo– y columnas sobre política y sociedad.

Nadie más que él tendrá la respuesta de las razones; el mismo día en que ya hace 50 años fue el protagonista del crimen de Estado ocurrió en Tlatelolco, pero hace dos, Luis González de Alba terminó con su vida.

Era domingo, en su última morada en Guadalajara y en su cama. En la necropsia que se emitió se documenta que fue una herida por arma de fuego en el tórax. A los 72 años de edad el 2 de octubre de 2016, según cuenta Rafael Pérez Gay en uno de sus artículos al respecto, con una pistola en la mano con una fotografía de Pepe Delgado, el amor de su vida y del que entró entrelazado del brazo de vuelta a la Plaza de las Tres Culturas en el aniversario de los primeros 10 años de lo ocurrido en el 68.

“Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. Su muerte ha sido el acto último de su salvaje libertad”, publicó en ese entonces el escritor y periodista mexicano Héctor Aguilar Camín.

Más que ese evento, quienes escriben sobre él e intentan relatar parte de su vida con alegría, lo recuerdan en sus chistes ácidos, en sus maneras de enunciar lo que ocurría alrededor de Tlatelolco hasta sus últimos días y en su labor en busca de generar un cambio, aunque no fuera inmediato, hacia una “izquierda civilizada”.

Era evidente el desencanto por la crítica aguda y punzante que González de Alba hizo de las conmemoraciones al 2 de octubre, los jóvenes que marchaban sin saber a ciencia cierta lo que no se olvida y, más antes, las crónicas que se hicieron al respecto, los lugares comunes en las entrevistas que se repiten de manera cíclica cada año en que se vuelve a textos que considera imprecisos como el relato de Elena Poniatowska, para el que hizo una serie de aclaraciones que se recopilan en el libro Tlatelolco aquella tarde, en varias ediciones.

No se trató sólo de un testimonio fundamental de uno de los líderes estudiantiles de ese entonces, sino de alguien dedicado a recolectar las otras voces, de desmitificar lo glorificado por unos y minimizado en su entonces por otros, de contar las piezas de un rompecabezas complejo e incierto con la cabeza fría, sin tintes lacrimógenos de ningún tipo y con apego a los hechos que recabó encerrado por el papel protagónico que tuvo, minuciosamente.

Esta marca imborrable que dejó en su vida el 68, su amor por Grecia, su música y por la cultura hebrea, su crítica a veces incómoda para muchos –en temas como la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y el conflicto Palestina-Israel, por ejemplo–, su humor difícil, pero también su risa y su honesta conversación, son parte del recuerdo que conservan las personas que lo quisieron y lo quieren y lo recuerdan todavía en redes sociales: como un altar infinito sus amigos y sus lectores publican todavía en su Facebook, sobre todo con ese último verso del Salmo que publicó esa última tarde de su vida: “Ábreme los brazos. No me abandones”, como si hubiera sido una especie de despedida. O como si en realidad nunca necesitó despedirse.

El final de su vida, para quienes no fueron cercanos, es incierto. El periodista Rogelio Villarreal en un reciente retrato que hizo, junto con otros escritores, artistas y periodistas, Luis González de Alba, un hombre libre, publicado por la editorial tapatía Tedium Vitae, recoge los detalles de la carta que describe como “breve, pragmática y sin dramas” en la que enumera sus múltiples achaques, vértigo, coágulos en las piernas y, no lo menciona, pero Villarreal lo añade, los 20 años que pasó siendo seropositivo y un extraño temblor involuntario del que nunca hablaron.

Se ha escrito al respecto ya varias veces, sobre que no quería llegar a ser una carga para nadie en sus últimos años, pero la verdad al respecto de su muerte y de lo simbólico del día de su decisión flotará en el aire como un recordatorio de aquello que no debemos olvidar y que habría que recordar con responsabilidad.

En una publicación de un diario de circulación nacional quedó una de las crónicas sobre Tlatelolco en primera persona, donde recuerda a Pepe Delgado y le pide que regrese por él, como en el Salmo: “…¡Ven por mí! ¡Anda, cabroncito del color canela, anda, vámonos al diablo!”

PARA ACCEDER A SU TLATELOLCO

Mi último tequila (2016)

Este libro de crónicas, publicado de manera póstuma, es una manera de encontrar al autor y los lugares en los que escribe, en donde recupera algunos fragmentos y personajes inspirados en los reales, los de no-ficción.

“En ocasiones prevengo que por unas líneas volveré a los nombres ficticios porque tienen significado simbólico, metafórico”, contó en la explicación del libro, “Esaú y sus lentejas, Abel… Otras, como al final de este libro, porque me abruma la primera persona al momento de escribir y busco el escudo lacedemonio con el que alguna vez pude entrar, si bien lluviosamente, porque siempre volvemos al peligro pasado, al dédalo en que acechan Minotauros, amados y ansiados Minotauros. Y firmar en la arena, donde las olas borran: Por siempre, tu Odiseo”.

Los días y los años (1979)

Esta novela se ha convertido en un documento detallado y fundamental del conflicto político de 1968. La primera novela de Luis González de Alba funciona como una especie de diario de la movilización ciudadana a lo largo del país para protestar contra un estado de sitio no declarado: policías vestidos de civiles tiroteaban los edificios de preparatorias, vocacionales y El Colegio de México, además de organizar razias para intimidar a los jóvenes en Ciudad de México

Otros días otros años (2008)

En balance con el libro anterior sobre el 68, González de Alba hizo también un registro personal de la historia de un joven homosexual en la prisión de Lecumberri y sus esfuerzos por sobrevivir al encierro con la mayor normalidad posible, del exilio posterior en Francia y sus andanzas para formularse un futuro después de la detención. La amistad, el amor de otro preso, los romances y encuentros en Europa se citan en el testimonio de este narrador acerca de los días de juventud y libertad, días para tener la vida que uno quería.

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FRASE

“Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. Su muerte ha sido el acto último de su salvaje libertad”
Héctor Aguilar Camín, escritor

JJ/I