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Calladitos y a sentarse

Como suele suceder, los dichos no siempre concuerdan con los hechos o, como dice la tradición oral, del dicho al hecho hay mucho trecho.

En septiembre, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador convocó a diputados y senadores de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) para pedirles trabajar en unidad por la llamada cuarta transformación. Antes ya había enfatizado que el Legislativo no será un Poder a modo.

Al igual que López Obrador, Mario Delgado, el presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, inició el primer periodo de sesiones afirmando que se privilegiará el diálogo con las otras fuerzas políticas para alcanzar el proyecto de país que Morena quiere.

Sin embargo, en el corto periodo de la 64ª Legislatura han ocurrido varios episodios que lo menos que proyectan es unidad o apertura. En cambio, reflejan una lucha interna entre los morenistas que hace pensar que las cosas pueden no terminar bien.

Primero fue el agarrón entre Porfirio Muñoz Ledo y Gerardo Fernández Noroña cuando el primero acudió, junto con el senador Martí Batres, al último informe de Enrique Peña Nieto. El fueguito se apagó con una foto de un saludo de paz y una declaración de que se habían limado asperezas.

Después llegó el tiempo de formar comisiones y fue tal el desacuerdo entre los guindas de una y otra cámara que han tenido que llegar a elegir por tómbola y los diputados todavía no tienen estas estructuras.

El último desatino lo acaba de cometer Dolores Padierna. La diputada, encabezando la Mesa Directiva como suplente de Muñoz Ledo, tomó un posicionamiento partidista, calló voces contrarias y cerró la comparecencia cuando quiso.

El episodio ocurrió durante la glosa del sexto informe con el secretario de Hacienda. Padierna soltó de su ronco pecho sus puntos de vista respecto a la política económica del sexenio que termina y nunca concedió el derecho a la palabra a ningún otro legislador. Palabras más, palabras menos, la diputada morenista exigió a los opositores callarse y sentarse.

Padierna sentenció que la mayoría democrática será la que cambie el modelo económico, haga finanzas públicas basadas en la austeridad republicana y dé vuelta a la historia. Y todavía soltó una arenga a favor de la mayoría que ganó en la elección.

El priísta René Juárez Cisneros le gritó desde su curul que estaba poniendo en riesgo la unidad del parlamento con juicios de valor partidista; los del Verde demandaron una posición institucional y los panistas le reclamaron que hiciera un posicionamiento que, en todo caso, debió salir de la bancada de su partido.

Fue tal el desconcierto que hasta su compañero de partido y presidente de la Junta de Coordinación Política, Mario Delgado, hizo un extrañamiento a Padierna en el sentido de que el acuerdo que tomó el órgano que él encabeza sobre la mecánica y los turnos de las comparecencias debía ser respetado y no alterarse.

La respuesta de Padierna fue igualmente tajante, lo calló y cerró la comparecencia.

Con una equivocada conducción de la sesión, la diputada hizo a un lado eso de que escucharán todas las voces, harán valer todos los puntos de vista y privilegiarán el diálogo.

Padierna acaba de demostrar que Morena no sólo puede aprovechar su mayoría para imponer sus puntos de vista, sino que éstos pueden emanar, incluso, de una sola persona.

Y, tal como ocurrió en la toma de posesión de las cámaras, Padierna otra vez demostró que la nueva mayoría no ha terminado de asimilar su posición y que ya pasó el tiempo de la estridencia y el alboroto para hacerse notar.

Lo peor del caso es que esa actitud está haciendo efecto expansivo. Quizá por falta de experiencia, quizá por engolosinamiento con el poder, quizá por ego, pero en los estados comienzan a aflorar problemáticas similares.

Por lo pronto en Puebla, San Luis Potosí y Sinaloa la mayoría de Morena está haciendo de las suyas y ya se habla de autoritarismo en legislativos locales.

Opinión de: [email protected]

JJ/I