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Arreola y los talleres literarios (1)

Vi entonces las manos de Arreola elevarse y, en seguida, hacer figuras en el aire. Había dejado sobre el escritorio el grueso libro de poemas que había extraído del librero de su oficina de la Casa de la Cultura de Zapotlán. Leía, en ese instante, el poema de Manuel Gutiérrez Nájera Para entonces con una impecable dicción, una voz pequeña, pero bien timbrada y exacta en la emoción.

De sus delgados labios surgían las palabras como de un maná.

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agonía

y el alma un ave que remonta el vuelo.

 

Y nosotros –mi amigo y compañero de clase en el bachillerato, Margarito Chávez– abrimos desmesuradamente los ojos y la boca llenos de un doble asombro. Ante nosotros Juan José Arreola leía —sólo para nosotros– un poema. Ese privilegio nunca lo olvidaré.

Con toda seguridad quienes se acercaron a Arreola en los años 60 en la calle de Río Volga, donde leía en voz alta los textos de quienes luego fueran los grandes autores de esa generación (y otras), les había ocurrido lo mismo que a nosotros. Guardadas las distancias, de algún modo de la voz del autor de La feria aprendimos a amar el lenguaje como él siempre lo hizo. En ese taller surgirían grandes textos que ahora son obras parte de la historia reciente de nuestra literatura nacional. Leídos y corregidos por Arreola (algunos dicen que veía las fallas al vuelo), esos materiales de escritura donde hubo poemas, cuentos, obras de teatro y hasta novelas como La tumba de José Agustín, serían los materiales que dieron forma a una revista, que a la postre es una de las más importantes (y menos estudiadas) de nuestra vida literaria.

Mester fue el nicho de grandes poemas como Oscura palabra de José Carlos Becerra y albergaría trabajos de –pongo otros ejemplos– Jaime Sabines y Rosario Castellanos.

En esa dirección y ese año, Arreola no solamente fue el mentor de muchos escritores entre los que se cuenta a Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Vicente Leñero, sino que fundaba una forma de trabajo y una revista que daría nombre a ese taller y a una generación de escritores que ya hacían una vida cultural, pero que no habían tenido un espacio donde se les respetara y diera el apoyo para que afinaran sus voces.

victormanuelpazarin.blogspot.mx

JJ/I