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El derecho de los otros

Una máxima de la ley es que los derechos no se pueden someter a consulta; una vez que son reconocidos, que no otorgados (los derechos se asumen como inherentes a las personas), no pueden ser eliminados. Esto es importante por los debates que nuestra sociedad enfrenta: el matrimonio igualitario, el reconocimiento de las personas sin importar su identidad de género, e incluso el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.

Una muestra es la polémica alrededor de la participación de mujeres trans en concursos de belleza. Una ex reina declaró que estos concursos eran sólo para mujeres que hubieran nacido mujeres, luego de que una mujer trans ganara el concurso en España y otra se suicidara por no habérsele permitido concursar en otro evento. De aquí surge la pregunta: si ante la ley la persona es reconocida como mujer, ¿cómo es que los organizadores de una competencia pueden discriminar? Ellos no pueden estar por encima de la ley y de las protecciones que ésta otorga a los individuos. Es como si una persona que cambiara de nacionalidad no fuera reconocida como tal y se le restringieran sus derechos ciudadanos.

A medida que se avanza en el reconocimiento de derechos antes no considerados, también aumenta la reacción de rechazo en algunos sectores conservadores de la sociedad, que interpretan estos cambios como un ataque a su forma de vida, refugiándose en sus tradiciones, costumbres y creencias. Por supuesto que existe el derecho de cuestionar y es siempre sano que en una sociedad se discuta abiertamente el rumbo a tomar; sin embargo, es fundamental entender que el derecho de los otros no implica un menoscabo de los míos.

No obstante, se ha generado todo un movimiento de contra corriente que asume que el que es diferente, no tiene derechos. Lo vemos en los constantes ataques xenófobos que se presentan en los países del primer mundo, particularmente en los Estados Unidos. Es tristemente común ver en redes sociales el ataque de personas blancas en contra de las minorías: individuos llamando a la Policía cuando una persona de color está en los alrededores, fuera de su lugar; o en los ataques chauvinistas en contra de aquellos que osan hablar otro idioma que no sea el inglés. El otro no tiene derecho a estar, a hablar, a existir.

En gran medida es por esto por lo que se organizan los desfiles que refuerzan la identidad y que generan orgullo. Por supuesto que a muchos conservadores les molesta sobre manera que los homosexuales se manifiesten, hagan bulla y se exhiban ante los ojos de los demás. Pero estos desfiles tienen el urgente propósito de crear consciencia, de que hay personas diferentes a nosotros y que, por chocantes que les puedan parecer, tienen los mismos derechos. Existen, son parte de la sociedad y debemos dejar atrás los tiempos en los que los obligábamos a esconderse, a tener miedo.

Quizá lo que no terminan de entender los conservadores es que los cambios no implican un ataque en contra de ellos; no se trata de una guerra cultural, ni la imposición de la agenda de género (lo que sea que eso signifique), pero sí el derrocamiento de un sistema que ha dado demasiado a unos cuantos en demérito de muchos. Éste sigue siendo un mundo donde el acceso a una mejor calidad de vida a través de la educación, de mejores salarios, del respeto incondicional, del libre acceso a la vida en común, se restringe a las personas en función de su género, de sus preferencias, del tono de su piel, de su lugar de origen, de sus creencias, de su idioma (o su acento), e incluso por tener capacidades diferentes. Los derechos de los otros son los míos, al defenderlos defiendo mi propia existencia; la diversidad de pensamiento es siempre riqueza, nunca debilidad. Entenderlo así nos permitirá construir una sociedad más libre.

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da/i