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Morir por ser mujer

Ayer me enteré del secuestro y asesinato de Marbella Ibarra, entrenadora e impulsora del futbol femenil y de equidad de género en Tijuana. Nacida en Acapulco en 1972, Marbella había desaparecido desde el 19 de septiembre y su cuerpo fue encontrado en Rosarito, envuelto en plástico y amarrado de pies y manos. Abogada de profesión, dedicaba sus ratos libres a fomentar el deporte en la ciudad fronteriza.

Esto sucedía mientras intentábamos superar los horrores de los asesinatos cometidos por del monstruo de Ecatepec y su pareja, con más de 20 feminicidios en su haber, según sus declaraciones. Lo mismo ocurrió con la niña de 12, Valeria, que salió a la tienda el 14 de octubre y ya no regresó a su casa en Melchor Ocampo del Estado de México; posteriormente, su cuerpo sin vida fue encontrado en un terreno baldío cerca de su domicilio.

En un documento publicado por ONU Mujeres, La violencia feminicida en México, aproximaciones y tendencias 1985-2016, se anota que en ese lapso se han registrado en el país 52 mil 210 muertes de mujeres, de las cuales 15 mil 535 ocurrieron en los últimos seis años; esto es, casi 30 por ciento (la cifra más baja corresponde a 2007, con mil 89 casos, y la más alta se observa en 2012). Los datos nos arrojan un promedio de 7.5 feminicidios por día.

La escritora sudafricana y activista feminista Diana Russell, junto con Jill Radford, publicó en 1976 el libro Feminicidio. La política de asesinato de mujeres (Femicide. The politics of woman killing). A ella se le atribuye haber difundido públicamente el término feminicidio (aunque la acuñación se le adjudica a Mary Orlock, de Inglaterra). Feminicidio y violencia sexual están estrechamente relacionados.

En un texto publicado este año por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio establece que feminicidio es “una violación grave a los derechos humanos de las mujeres, así como una de las manifestaciones más extremas de discriminación y violencia contra ellas” y agrega que “el odio, la discriminación y la violencia tienen su expresión por medio de las formas brutales en las que los cuerpos de las niñas, adolescentes y mujeres adultas son sometidos, y de esta forma se evidencia el odio y desprecio hacia ellas”.

En lo que va del primer semestre de 2018 se han cometido un total de 469 feminicidios en México, siendo julio el más alto, con 78. Del total, Veracruz es el estado con más asesinatos de mujeres con 39; seguido de Nuevo León con 37; Chihuahua, 32; Guerrero y Sinaloa, 29, y Jalisco con 22.

A pesar de los programas implementados por los diferentes órdenes de gobierno y la legislación decretada y la adhesión a tratados internacionales y mecanismos de coordinación, la violencia contra las mujeres, en lugar de reducirse, avanza cada día más y las autoridades se ven impotentes para reducirla.

La institución que debe arraigar el respeto por la mujer es la familia; sin embargo, de acuerdo con resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016, 10.3 por ciento fue víctima de algún acto violento (emocional, físico, sexual o económico-patrimonial) por parte de algún integrante de su familia, sin considerar al esposo o pareja; 8.1 por ciento de las mujeres experimentó violencia emocional en su familia en el último año; los agresores más señalados son los hermanos, el padre y la madre; y los principales agresores sexuales son los tíos y los primos.

Como padre de dos mujeres y abuelo de dos nietas, me preocupa su presente y su futuro. Rescato del muro de una de mis hijas lo siguiente: “Quiero que mi hija sea libre y pueda convertirse y forjar lo que ella quiera para su futuro, pero no quiero que nadie se crea con el poder de quitárselo… o hacerla sentir inferior por ser como es”.

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JJ/I