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Violencia armada

Al escribir este texto, han pasado tan sólo algunas horas del más reciente tiroteo en los Estados Unidos; ahora ha sido durante un servicio religioso en una sinagoga de Pittsburg, cuando un francotirador asesinó, según reportes, a ocho personas e hirió varias más, incluyendo a policías que acudieron al lugar. Muy poco tiempo después de los hechos, las redes comenzaron a transmitir mensajes al respecto, la mayoría condenando el hecho, muchos acusando al actual gobierno por la atmósfera de crispación y enfrentamiento, unos cuantos aprovechando la oportunidad para promover sus agendas a favor de las armas. Tristemente, muy pocos en apoyo de las víctimas y de sus familias.

El argumento de que “un hombre bueno, con un arma, puede detener a un hombre malo”, esgrimido Trump en una declaración poco tiempo después, muestra sus fallas inmediatamente. Esta idea de que la violencia armada puede ser contenida a través de más armas, lo único que ha ocasionado es una carrera armamentista al interior de los Estados Unidos. Citando una película en la que uno de los personajes dice que cuando la policía consigue armas semiautomáticas, los maleantes ya tienen armas automáticas; ellos consiguen chalecos antibalas y los otros consiguen balas que perforan los chalecos. No hay forma de que en una sociedad en la que las armas son tan fáciles de conseguir, la violencia disminuya, si acaso, sólo se recrudecerá, sobre todo porque hay un componente terrible detrás: el interés económico.

El cabildeo de los fabricantes de armas, agrupados alrededor de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), promueve una agenda nacionalista, profundamente paranoica, porque eso genera grandes ventas de armas; de hecho, cuando ocurre una tragedia como ésta, es usual que haya un repunte en la venta de armas y municiones. Además, los fabricantes de armamento son los responsables de que armas de alto calibre lleguen a las manos inadecuadas. Los “hombres malos” son frecuentemente armados por las propias empresas estadounidenses. El presunto perpetrador de este hecho es “un hombre bueno” que se radicalizó y decidió hacer “algo al respecto”.

Es importante hacer hincapié en la ideología de víctima que rodea el discurso de la NRA. Ellos se asumen como quienes están sufriendo en esta “guerra cultural” (así la denominan ellos), en la que los “valores de occidente” están bajo ataque: la mezcla de razas que produce el declive de la raza blanca, el asalto ideológico desde la izquierda, la invasión de personas extrañas (judíos, musulmanes, mexicanos… en fin, todo aquél que parezca distinto), la ideología de género que promueve el feminismo y la homosexualidad, etcétera. Todo esto lo ven como una amenaza a un estilo de vida en la que ellos eran la fuerza hegemónica; no es extraño que reaccionen así.

Un mensaje en particular me llamó la atención: una persona declaró que “no importaba el número de muertos, su libertad (el derecho a portar armas) era más importante, y el Gran Gobierno jamás se las quitaría”. ¿En qué momento el derecho (la portación de armas) es más importante que el derecho de las personas a vivir?

En lo particular, me parece que la solución al creciente problema de violencia armada no pasa ni por prohibir las armas, que son necesarias y útiles, y mucho menos por incrementar su número. Ambas posturas son extremas e impracticables. Lo que se debe hacer es aumentar el control, de manera similar a como se administran los vehículos en ese país: antes de poder conducir es necesario contar con un permiso que se debe renovar, se debe pasar un examen riguroso y las pequeñas violaciones al reglamento pueden revocar por completo tu derecho; y si no eres apto, simplemente no podrás manejar un auto. ¿Sería tan difícil hacer esto en el caso de las armas?

Sobre todo, es urgente cambiar el sistema educativo y social para inculcar la tolerancia, la empatía y la aceptación de aquellos que son (somos) diferentes. Hay que vencer al odio.

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da/i