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Representación 'versus' participación

El concepto de representación (que una persona encarne a otra) es una concepción moderna; esto es, es un producto de la modernidad. El término proviene del latín representare, que significa traer a la mente a través de imágenes o símbolos. La representación se fundamenta en una doble metáfora: la representación teatral y la representación diplomática. La segunda formula la transferencia de facultades a partir de la cual una persona puede proceder en lugar de otra.

En términos políticos, antes de esta época la soberanía recaía en la figura del soberano (rey, zar, emperador), quien representaba a toda la sociedad. Con la modernidad, la soberanía es trasplantada a todos y cada uno de los ciudadanos de la comunidad. A su vez, ante la imposibilidad de conformar asambleas tumultuarias, nace la representación política. Lo paradójico es que con la adquisición de la soberanía por el pueblo, a la par nace la representación política.

La contraparte de la representación es la participación. La joya de la corona de la participación son los comicios organizados periódicamente para elegir a quienes representarán a los individuos soberanos… y aun así la participación en las democracias actuales no es tan copioso (Bélgica es la campeona con la participación de 87 por ciento de su electores en 2014 y la menor es Suiza, con 39 en 2015). En la pasada elección presidencial la participación fue de 63 por ciento del listado nominal, del cual sólo 33 emitieron su voto a favor de AMLO (o sea, tres de cada 10 electores).

La tendencia actual es a incorporar las figuras de participación ciudadana: consulta, referéndum, plebiscito, iniciativa popular y revocación (o ratificación) de mandato, además del cabildo abierto, presupuesto participativo, entre otros. Todas estas figuras pretenden conciliar la democracia representativa con la democracia participativa, aunque muchas de ellas tienen mecanismo entramados y requisitos legales que dificultan su implementación. La democracia representativa fue secuestrada por los partidos políticos por décadas, hasta que la introducción de las candidaturas independientes (también con sus asegunes) vino a despresurizar la llamada partidocracia.

Igual la representación como la participación han sido sujetas tanto de diatribas como de elogios. Giovanni Sartori es implacable en su evaluación al afirmar que “las críticas de los directistas son en gran parte fruto de una combinación de ignorancia y primitivismo democrático”, y que quienes se sienten decepcionados de la democracia representativa es por el desconocimiento de lo que debe ser la representación y qué no puede hacer. El politólogo italiano va más allá al apreciar que el incremento del directismo cada día es más atractivo para los políticos populistas, pues brinda “una solución simplista fácil de aprehender por los simples, sino también porque no está encontrando prácticamente ninguna oposición”.

Con la consulta popular a realizarse este fin de semana para definir 10 proyectos prioritarios, con la misma metodología patito con la que se llevó a cabo la realizada para recabar la opinión del fallido NAICM, se pretende continuar dando atole con el dedo a ese 33 por ciento de electores que favorecieron a AMLO con su voto. Además, la primera pregunta tiene que ver con el tren maya, que de entrada ya tendrá destinada una partida en el próximo presupuesto de egresos, que de seguro será aprobado sin chistar por la aplanadora morenista.

Bien lo decía Max Weber en torno al problema de la participación (directismo) al afirmar que repetir con frecuencia las consultas populares resulta imposible por sus gastos crecientes; además que todo intento encaminado a la sumisión de los representantes populares a la voluntad de los electores significan el robustecimiento del poder cada vez mayor de la organización de partido, pues sólo esta organización puede poner en movimiento al “pueblo”.

A diferencia de los partidos de oposición que dependen de grupos, liderazgos e intereses a su interior, Morena tiene un solo dueño y señor, con legisladores que lo son, no por méritos propios, sino por el efecto AMLO, fuente de su lealtad inflexible.

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JJ/i