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El hombre-mujer-libro

Los libros son uno de los rostros de la felicidad. Sus páginas atrapan pedacitos multicolores del universo, muestran pasadizos a puertas de mundos antes desconocidos, desperdigan ideas que se alargan y enhebran en cada página, conducen al embeleso de los estados de trance. Un libro es una maleta de viaje lista para en cualquier momento partir. Un libro es música para el alma. Un libro es palabra que busca seducir. Los libros son conjuros que transforman al ser humano.

Cada libro es una microbiblioteca. Las portadas son aldabas. Los capítulos son puentes. Las páginas son tiempos, habitaciones, rostros, campos, sinfonías y playas de islas. Los libros son fantasías vueltas realidades y realidades que superan fantasías, que se amasan, configuran y se desenvuelven con gracia como las hojas que en otoño caen de los árboles. Las frases que habitan en los libros desencadenan historias, evocan pasados y futuros. Una palabra exacta se conjuga con otras para construir ideas que pueden perturbar la mente o anidarse en un rinconcito del espíritu. Leer provee nuevos ojos.

Hay libros-romances que sellan amores inconfesables; a veces con uno o más protagonistas, en ocasiones con un autor o una autora. Lector, escritor y personajes son mucho más que tres, quizá escribiría Benedetti. Un trío que ingresa emocionado al motel de los placeres de las letras, a compartir en la cama locuras perturbadoras, encender fuegos internos y desnudar sin prohibiciones las intimidades de los sonidos, las descripciones y los aromas. Cada página es la suave piel que despierta al acariciarla.

Una de las imágenes más maravillosas, que debería incorporarse al álbum de la crónica personal de vida, es el rostro del niño o la niña en el momento justo en que por primera vez recibe un libro. Cuando lo abraza con sus manitas, le brillan los ojos y sonríe atizado por la curiosidad. Es un instante conmovedor. Ese encuentro puede llegar a traducirse en el compromiso de mutuamente acompañarse, en una naciente amistad con visos de ser entrañable. Con el paso del tiempo, el niño de los cuentos ilustrados podría ser el joven lector de los textos complejos. Lo importante es que se lea, que se lea y que se lea, para que además del asturiano hombre de maíz o la visión indígena de la mujer-tierra seamos hombres-mujeres-libros.

Hablar de libros es remontarse a las aulas, cuando entre los mesabancos y el pizarrón, los profesores de preescolar y de primaria atestiguan e invocan el momento mágico en que los alumnos reciben su primer impreso. Nuestros maestros dan fe del disfrute colectivo, sobre todo cuando se trata de alumnos que provienen de estratos marginados y desconocían la sensación de poseer un libro… su libro. Por eso los libros de textos gratuitos son una conquista irrenunciable. Hay que gritarlo: las escuelas fueron hechas para amar los libros.

Sentirse rodeado de miles de libros es embriagador. Como sucede en los pasillos y anaqueles de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, un espacio de poder literario, político y empresarial con miles de tentáculos. Un lugar que cada año trasciende el vigor de la cultura y el arte, que reúne a multitudes que escuchan al escritor, soban y resoban portadas, ojean y hojean libros envueltos en plásticos transparentes que luego cargan en bolsas con sellos editoriales. Para unos, motivo de presunción o hasta esnobismo; para otros, necesidad o gusto, los libros que adquieren asoman su álter ego. Yo soy mis libros. Sin libros no soy yo; o, algo más cercano, sin libros yo sería otro.

Los libros son aventuras personales. Son la amante que no abandona. Son la fortuna que no se mide en dinero. Los leemos asociados o disociados a las narraciones, sentados en butaca o actuando en el escenario. Los disfrutamos con un café calientito. Los traemos en la mochila para devorarlos en la primera oportunidad. Si les somos fieles, estarán hasta el último día de nuestra existencia, quizá acurrucados a un lado de la cama, sobre un librero, en un escritorio o en nuestro interior; a lo mejor recordándonos que nuestro vivir fue mucho mejor con su compañía.

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JJ/I