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Hablando en serio

El que me coacciona pretende hacerlo porque sus razones son fuertes, pero realmente lo hace porque son débiles
William Gowin

Creo que ya se ha dicho todo respecto a los mexicanos y su situación. Todos sabemos de sobra cuáles son los problemas que enferman a nuestra sociedad. La corrupción y la impunidad campean a lo largo y ancho del territorio nacional. Toda clase de delitos se cometen sin que se haga nada para evitarlo.

Suceden cosas realmente de escándalo, desde los robos a transeúntes desprevenidos hasta secuestros, violaciones y asesinatos, todo a plena luz del día, ante el asombro de familiares, vecinos, amigos que no alcanzan a entender qué pasó, pero agradecen no haber sido las víctimas.

El diagnóstico de lo que sucede en el país –salvo honrosas excepciones– es claro: el estado de derecho desapareció hace mucho de la nación, existe un absoluto vacío de autoridad. De manera que, al no haber quién vigile o imponga el cumplimiento de la ley, en las calles rige el poder del más fuerte: la violencia.

Así las cosas, mientras los criminales actúan, la Policía ve para el otro lado, muchas veces porque así se lo ordenan. Y ante la amenaza de la ya famosa sentencia: plata o plomo, las autoridades de todos los niveles prefieren los portafolios de billetes a los mortales balazos de los sicarios enviados por los jefes criminales.

Manipulados

Toda esta podredumbre que hoy tenemos a simple vista en casi todas las comunidades mexicanas supura desde la misma base de la sociedad. El problema está en casi todos nuestros hogares, hemos relajado la educación dentro de las familias, delegándola a las escuelas, los familiares que recogen a nuestros hijos al salir de clases y los cuidan mientras volvemos del trabajo o algún empleado contratado para hacerlo. Ya no está en las manos del padre o la madre inculcar principios éticos o establecer normas conducta civilizada.

Las escuelas modificaron sus planes de estudios desde hace años, excluyendo aquellas materias que inculcaban en los alumnos algunas normas básicas de convivencia, respeto hacia los demás y a la patria. Las cuotas para evaluar la eficiencia de los maestros ya no se miden por el promedio de conocimientos de su grupo, sino en la cantidad de alumnos que pasan al siguiente curso: calidad por volumen, pues. Ante la deficiente formación en casa y la insuficiente enseñanza social en las escuelas hemos acumulado generaciones de ignorantes y un pueblo así es fácilmente engañado y manipulado.

Grandes remedios

Ante tan crudo diagnóstico, el reto se antoja tan grande que nadie se atreve a dar el primer paso, ¿cómo emprender la tarea de modificar las formas de pensar y actuar de los egresados de las escuelas en los últimos 20 años? Resulta impensable convencer a tantos de la imperiosa necesidad de cambiar para avanzar, aunque sea con pasos pequeños.

Hemos comentado aquí que cualquier mexicano –sin importar su estrato social o cultural– es capaz de cumplir las leyes. La corrupción no es una cuestión de idiosincrasia, no somos así. La mayoría de los que cruzan la frontera y pasan a Estados Unidos respetan la ley allá. No importa si van como turistas, por trabajo legal o ilegal, todos lo hacen. La razón es simple: cometer un acto ilegal allá, aunque sea leve, tendrá consecuencias, hará que un juez te imponga una sanción.

Hacen falta, entonces, leyes justas y autoridades firmes; de ninguna manera se necesitan amnistías a criminales que seguro volverán a delinquir. Hoy por hoy, la única forma de cambiar rápido es por la fuerza: castigando al delincuente, al policía que no lo detuvo, al ministerio público que integró mal la averiguación o al juez que lo soltó. ¿Quién se atreve?

@BenitoMArteaga

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JJ/I