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Polarizados y enfrentados, pero con esperanza

El Estado es una organización de muchas voluntades que han de ponerse en armonía, y que hoy debe ser capaz de hacer valer sus reglas con recursos limitados; por eso ningún Estado puede gobernarse sin el respaldo de una amplia coalición capaz de compartir criterios y objetivos. Desde la cabeza del Estado, lo importante no es crear conflictos, sino conducir a la organización y resolver los problemas.

Inicia en unos pocos días un nuevo sexenio, en un país con economía frágil. El nuevo presidente no gobernará un Estado rico. Los responsables de la hacienda pública han calcado exactamente lo que hemos hecho con la naturaleza: comprometer el futuro para salir del paso mientras gobiernan.

Inevitablemente, surgen las preguntas de ¿cómo suma al anhelo de transformación, la militarización en el combate a la violencia? ¿Cómo el nuevo esquema de seguridad sin ciudadanos y sin organizaciones civiles será garante de la paz social y del respeto a los derechos humanos?

Cambiar nombres y uniformes no suma a la convivencia colectiva que ha sido herida por hechos de sangre y dolor, en una guerra arropada por la impunidad criminal y la debilidad política.

El próximo presidente podrá perdonar a Peña Nieto, pero la sociedad mexicana nunca lo hará. Las élites empresariales a las cuales sirvió lo ven con desdén y desprecio. Ya no tiene futuro en México. Asistimos a un final de sexenio patético, que no tuvo ninguno de los cuatro presidentes anteriores. La placa que develó de la Línea 3 del Tren Ligero es un reconocimiento a la irresponsabilidad, a la corrupción, a la ineptitud y a la impunidad. Un reflejo de su gobierno, y de nuestra tragedia sexenal.

En Jalisco los corruptos irán a la cárcel, no de vacaciones. Fue un claro mensaje del gobernador electo de la entidad a López Obrador y le solicitó, acompañado por las fuerzas vivas del estado, que cumpla sus promesas y no deje los proyectos de Jalisco fuera del presupuesto.

Reconstruir el poder público será trascendente, y lograr un Estado viable, ya que el reto real es que México siga siendo México al final de este sexenio que inicia, pero con justicia y paz.

El Estado no ha de hacerlo todo, sino que las personas, las familias y agrupaciones tienen también mucha responsabilidad. Ante la debilidad política de los partidos los nuevos contrapesos deberán venir de la sociedad organizada y participativa.

Se percibe que hay un compromiso para no investigar casos de corrupción, pero si el pueblo sabio pide justicia en una consulta el juicio a ex presidentes se haría, aunque no es su postura ni su convicción. En sus palabras, AMLO señala: “Enjuiciar a Salinas, a Zedillo, a Fox, a Calderón, a Peña Nieto… Habría demasiado escándalo, demasiado”. El escándalo no debería ser razón para no aplicar la ley.

Por otra parte, para el imaginario colectivo todo es verdad en el juicio a El Chapo Guzmán en Brooklyn. Se construye mediáticamente como un eco, que México es un narcoestado y en Netflix es Narcalajara, la primera ciudad del narco. Se exhibe ahí una convivencia de políticos, narcos y empresarios. En otras palabras, ahí, en Nueva York, se está enjuiciando el Estado mexicano en su conjunto y a su sistema político.

Recordemos que una vez fuera del cargo, Peña Nieto podría ser citado a declarar en el juicio de El Chapo Guzmán e igualmente Calderón Hinojosa, por su combate selectivo a los cárteles, de apresar sólo a algunos y a otros no, lo que generó la violencia desmedida.

Si se logra rescatar al país de la fosa, si se fortalece el mercado interno, si la corrupción y la impunidad se abaten, si se detiene el peregrinar en busca de familiares desaparecidos y se libera del crimen a plazas y caminos, el nuevo presidente podrá ceñirse la guirnalda de olivos que anhela obsesivamente: ser el mejor presidente de México.

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JJ/I