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Bienvenido sea –por fin– el federalismo

Habría que celebrar que en el contexto del triunfo electoral de López Obrador, el 1 de julio, y su activismo desarrollado durante el período de transición, el país ha sido sacudido de una manera que pocos se esperaban. En efecto, en el lapso de cinco meses, el debate que nutre la agenda política nacional se ha visto plagado de una multitud de temas de muy diversa índole, así como de diferentes niveles jerárquicos, pero cuyo denominador común es que revisten una gran importancia para los ciudadanos. Se diría que en este corto período, López Obrador logró lo que no pudo cumplir Peña Nieto en seis años: “Mover a México”.

Entre estos temas hay uno que, sin duda alguna, destaca por su enorme importancia y trascendencia para el futuro del país y que tiene que ver con la construcción de su incipiente vida democrática. Me refiero al debate en torno al federalismo, que aunque se había escuchado tanto en la campaña como en la transición, no había alcanzado el nivel de visibilidad que obtuvo a consecuencia del posicionamiento de 12 gobernadores panistas, al que sumó el del gobernador electo por Jalisco, en el que se acusaba al presidente electo de pretender intervenir en sus gobiernos y vulnerar la soberanía estatal.

Los motivos que detonaron la reacción de los 12 panistas fue la aprobación de la Ley Orgánica de la Administración Pública, específicamente en la instauración de la figura de los coordinadores estatales que sustituiría a los numerosos delegados. En su carta dirigida a López Obrador, los panistas señalan: “Nos sorprende la intención de supeditar el mecanismo de coordinación a la figura de los llamados coordinadores estatales del gobierno federal y colocar a los gobernadores y fiscales de los estados como meros invitados”.

El otro reclamo, al que no menciona directamente, tiene que ver con el Plan Nacional de Paz y Seguridad presentado por el futuro presidente, específicamente con el aspecto de la creación de la guardia nacional y el papel principal que desempeñará el Ejército en el combate al crimen organizado.

En contraste con el tono conciliador y dialogante de los mandatarios panistas, el gobernador electo por Jalisco, Enrique Alfaro, utilizó en su posicionamiento una retórica de mayor confrontación. No solamente se sumó a los señalamientos panistas, sino que señaló que en su gobierno “no habría perdón” a los delincuentes, en clara alusión a la las declaraciones del presidente electo en el sentido de que en su gobierno no habría venganza ni “cacería de brujas”.

Más allá de las mesuradas observaciones panistas o las estridencias del futuro gobernador habría que celebrar –repito– que el tema del federalismo se ponga en el centro del debate político nacional. Hasta el día de hoy, el federalismo no ha pasado de ser un adorno en nuestra Constitución. En mis 68 años de vida no recuerdo ningún momento en que dicha figura se haya manifestado a plenitud. Ninguno. El pacto federalista ha sido, en los hechos, un acuerdo en el que de una manera discrecional los gobernadores pactan con el presidente en turno, casi siempre en lo oscurito, la distribución del presupuesto nacional.

Ningún mexicano que se precie de demócrata podría estar en desacuerdo con la trascendencia de la instauración de un auténtico espíritu federalista en nuestro sistema político. Instauración que pasa necesariamente por la revisión crítica y el desmantelamiento de su práctica, perniciosa y perversa, que se encuentra enquistada en nuestra vida política. Resulta indispensable para enfrentar la situación de emergencia en que nos han dejado las administraciones –federal y estatal– que, afortunadamente, ya van de salida.

Exabrupto

Habría que recordar que el 1 de julio Andrés Manuel López Obrador obtuvo un millón 461 mil votos (42 por ciento) de los electores jaliscienses a la Presidencia de la república. Es decir, más de 100 mil votos que el millón 354 mil (39 por ciento) que recibió Enrique Alfaro para la gubernatura del estado.

@fracegon

da/i