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¿La tercera es la vencida?

Esta semana se dio en Jalisco la tercera alternancia de poder entre partidos. La primera ocurrió con la llegada del PAN y Alberto Cárdenas en 1995, lo que convertiría al estado en un bastión de este partido durante 18 años, dando lugar a un fenómeno conocido como neopanismo: nuevos protagonistas con visiones alejadas, por decirlo de manera tersa, de los ideales de los fundadores del panismo. Había dos razones para esto: al no haber sido nunca gobierno sino la eterna oposición, Cárdenas no tenía suficiente gente como para cubrir los puestos de la administración; y la segunda es que el poder atrae. El PRI había sido siempre una efectiva agencia de colocaciones para una gran cantidad de personas procedentes de todos sus sectores y de su corporativismo; no había necesidad de buscar “fuera” para mantener las correas de transmisión del poder.

Pero el poder tiene sus propias lógicas, y su ejercicio desgasta. Pronto las pugnas de los recién llegados con los panistas de añejo empezaron a ser evidentes. Aun así, con la llegada de Fox a la presidencia, se renovaron los bríos y muchos de estos conflictos se barrieron bajo la alfombra. Aquí pasamos de tener un gobierno al que veíamos con cierta confianza y como una bocanada de aire fresco a tener un gobierno mucho más duro, el de Ramírez Acuña, más enfocado a hacerse de las riendas del estado en todos sus aspectos para desde ahí controlar las sucesiones en la entidad, independientemente de lo que se dijera desde el centro del país. Y este fue uno de los cambios más notables de la relación del partido con la ciudadanía: algo se partió. Y aunque la sociedad jalisciense se precia de ser conservadora (ningún partido de izquierda ha logrado mucho aquí), también tiene un límite su paciencia ante la falta de resultados. El colmo fue la administración (¿?) de Emilio González Márquez, quizá uno de los gobernadores más ineptos y corruptos que hemos tenido.

Fue tan patética su labor, tan llena de escándalos, tan notorio su sometimiento al cardenal local, que la última parte de su sexenio la dedicó a pactar con sus contrarios, en detrimento de su propio partido, para evitar ser perseguido. Apoyó por debajo de la mesa, desde ese entonces, el esfuerzo de Enrique Alfaro a través de terceras personas (ahí fue cuando comenzó el éxodo de “panistas” hacia Movimiento Ciudadano), aunque fue su rival, Aristóteles Sandoval, quien terminó ganando la gubernatura. Sin embargo, el daño estaba hecho: Acción Nacional se convirtió en un partido desmembrado, que se preguntaba a dónde habían ido todos esos simpatizantes, adherentes y miembros de sus épocas doradas. Y lo mismo ocurrió a nivel nacional.

De haber sido el partido gobernante por 18 años, el PAN se volvió la tercera fuerza electoral, muy por debajo del PRI y de Morena, y se vio obligado a unirse con otros partidos, como el PRD (a punto de desaparecer, en mi opinión), y con MC, lo que generó una situación de esquizofrenia aquí en Jalisco: cuando venía Anaya, se tenía que dividir para hacer campaña a favor del candidato del PAN y de MC. 

Ahora tenemos una nueva alternancia. Tenemos un gobernador que no es ajeno al ejercicio del poder, que se ha preparado desde hace mucho tiempo para ejercerlo y que tiene un grupo de gobierno al que fue creando y cultivando desde sus días de presidente municipal en Tlajomulco. Ya conocemos su manera de gobernar, así que habrá pocas sorpresas ahí. Yo espero que sepa gobernar mejor que sus antecesores; pero como dije, la política tiene sus propias lógicas: ahí está el acuerdo al que llegó con su némesis: Raúl Padilla. Es probable que nos enteremos después de que no habrá seguimiento a los actos ilícitos de muchos personajes de la vida política.

Creo que su gobierno genera buenas expectativas: menos corrupción, menos ineptitud, pero la luna de miel durará muy poco.

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da/i