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Playa del Carmen: más allá de la fiesta (1)

Hay viajes cuya dimensión no se digiere de inmediato sino con el paso de los días. Como una semilla  con vida propia.

México y sus tremendos contrastes. De norte a sur contamos con destinos turísticos famosos mundialmente donde extranjeros y nacionales llegan por avión, barco o carretera para saturar lugares que alguna vez fueron selva, manglares, desierto, aguas limpias. 

Entre las ciudades más conocidas está Playa del Carmen. Recién estuve allá por cuestiones de trabajo y es impresionante asomarse aunque sea de manera tangencial a lo que no cabe o es expulsado del mundo del turismo o de la fiesta. Perteneciente al municipio de Solidaridad en Quintana Roo, ha sido famosa por sus festivales de distintos cortes: jazz, electrónica, cine. Un turismo cultural ligado a la creciente industria hotelera que ha devorado gran parte de la Riviera Maya. Miles de habitaciones, construcciones por doquier. Pero ¿quiénes son las personas que atienden esta demanda de servicios? La industria que ha levantado en medio de la selva estos emporios lo mismo llena parques, espectáculos, habitaciones de lujo, hoteles entre cenotes únicos en el mundo. Y por supuesto oferta empleos que atraen a trabajadores provenientes de Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Chiapas, entre otros. Una ciudad habitada por una multiculturalidad que llega en busca de mejores condiciones laborales que las de sus lugares de origen. Algunos viviendo en las llamadas cuarterías, habitaciones para ellos que pasan casi 10 horas diarias en sus lugares de trabajo. No son casas. El territorio conquistado es una cama sin derecho a nada más. Pero tampoco es que antes tuvieran algo distinto. Por lo menos ahí pueden ganar un dinero, poco, pero constante. Esos mismos que tienen que cruzar por túneles subterráneos en más de algún hotel para “no molestar con su presencia” a los huéspedes.  Las nuevas condiciones de semi esclavitud disfrazadas de ofertas de trabajo. Una soledad que emerge con más fuerza el único día que se tiene de descanso donde cualquier cosa que saque de la realidad es bienvenida.

No recuerdo haber visto tantos hombres solos, en silencio, con una mirada tan triste que se contagiaba. Servir durante seis días de la semana a patrones cuya habitación cuesta por noche varios meses de trabajo de jornadas extenuantes. La colonia Colosio o la invasión de las antenas son imágenes tan poderosas que no se saldrán de mi cuerpo seguramente en mucho tiempo.

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JJ/I