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Presupuesto y ciencia

La receta es bastante sencilla y se ha repetido hasta el cansancio: la fórmula más eficaz para reducir la pobreza y la marginación es la inversión en educación y en ciencia. Ambas van de la mano y así lo prueba un puñado de países que han resurgido de las cenizas en menos de 50 años, como Singapur o Corea del Sur.

El problema es que todo avance tomará mucho más tiempo del que quisiéramos. Es imposible que un aumento en la cobertura y sobre todo en la calidad de la educación de los mexicanos se traduzca en una prosperidad inmediata. Tampoco podemos suponer que luego de un sexenio, el desarrollo tecnocientífico se disparará a los mismos niveles de las potencias. Habrá que esperar una o dos generaciones para que se materialicen los esfuerzos. El camino, además, no es tan sencillo y lineal.

No sólo se trata de destinar jugosas partidas presupuestales a las instituciones que realizan educación e investigación científicas, sino que también hay que asegurarse de que los recursos lleguen a donde deben llegar. Habría que calcular cuánto dinero destinado se pierde por corrupción y negligencia; lo que incluye no sólo al más infame robo del erario, sino también a prácticas como compras a sobreprecio, nóminas infladas o inversión en proyectos que se sabe de antemano no tienen mucho potencial salvo para enriquecer a sus creadores.

Es posible que lo anterior suceda en diferente medida en casi todas las instituciones involucradas en la ciencia en el país: desde los centros de investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), las secretarías estatales, las empresas privadas que reciben financiamiento y hasta las universidades.

Precisamente, en la cúspide de la discusión sobre el próximo presupuesto federal, el atisbo del recorte al presupuesto de las universidades públicas y al Conacyt, que finalmente fue revertido por el propio presidente de la república, desató toda cantidad de reacciones.

¿Cómo vamos a avanzar si no invertimos en educación y ciencia? La respuesta es complicada, pues además de destinar presupuesto a las partidas ya existentes tampoco hemos explorado alternativas para invertir en esos rubros.

El paquete económico que recién aprobó la Cámara de Diputados y que ahora contempla aumentos a esas instituciones en lugar de recortes, es sólo un primer paso. Si de verdad queremos pensar en la ciencia y por consiguiente en la educación científica y tecnológica como inversión para el desarrollo del país, hace falta revisar las políticas públicas y las estrategias que van a permitir que el presupuesto llegue a donde debe llegar.

Lo más importante que debemos tener en cuenta.

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JJ/I