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La escasez

En su decreto de expropiación petrolera en marzo de 1938, el Gral. Lázaro Cárdenas decía “Una producción insuficiente de combustible para las diversas actividades del país (…) o una producción nula o simplemente encarecida por las dificultades, tendría que ocasionar en breve tiempo una situación de crisis, incompatible no sólo con nuestro progreso, sino con la paz misma de la nación. Paralizaría la vida bancaria, la vida comercial en muchísimos de sus aspectos, las obras públicas que son de interés general serían poco menos que imposibles y la existencia del mismo gobierno se pondría en grave peligro, pues perdido el poder económico por parte del Estado, se perdería asimismo el poder político, produciéndose el caos.”

Desde 1979, la circulación de vehículos se ha cuando menos quintuplicado, pero en ese periodo no solamente no se ha construido ninguna nueva refinería, sino que ha habido un abandono de las existentes. La capacidad de almacenamiento de gasolinas es de sólo tres días y la importación debe ser constante. Si a eso le agregamos la permisibilidad para el saqueo de los ductos durante su transportación a los centros de distribución, las corruptelas sindicales y directivas (recuérdese desde Díaz Serrano hasta Obebrecht) el cocktail es explosivo.

No es posible enfrentar esta situación sin costos sociales y tales costos son los que estamos viviendo con la escasez de gasolinas. Sin embargo, el evitarlos implicaba mantener una inercia suicida en términos energéticos.

A mi parecer, el problema no está en la decisión que se tomó, sino en la ausencia de una serie de tácticas emergentes para atemperar los daños. ¿Hubiera sido posible, por ejemplo, organizar la venta de gasolinas de una manera más ordenada que la simple existencia durante unas cuantas horas en algunas estaciones de servicio? Si no nos dejásemos llevar simplemente por la disponibilidad de oferta y los desesperados requerimiento de la demanda de gasolinas, tal vez hubiese sido posible destinar las gasolineras de las entradas y salidas de las carreteras para los vehículos de transporte foráneo, tanto de carga como de pasajeros; haber destinado otra serie de estaciones, -con servicio garantizado-, sólo para camiones que requirieran de gasolina en vez de diésel), taxis y servicios similares; dedicar estaciones específicas para vehículos de servicios públicos y emergencias y, en fin organizar las demás estaciones para que los autos con ciertas terminaciones de placas pudiesen cargar en días específicos.

Por otra parte, el almacenamiento es un asunto central… ¿Es cierto que los buques petroleros están teniendo problemas para descargar, y que al estar estacionados nos cuestan una cuota multimillonaria diaria?... ¿Ha habido reducción de importaciones de combustibles?... ¿Las bajas de presión de los ductos es sólo por la obtención de huachicol, o hay un franco sabotaje como el que ha referido AMLO con respecto a los ductos entre Jalapa y Atzcapotzalco?

La especulación sigue, la decisión de fondo del gobierno parece ser correcta, pero su implantación merece ser aclarada en términos de una información clara y oportuna, de una estrategia de prioridades y de un escenario de definición de tiempos para la resolución de los problemas.

En todo caso, estamos viviendo las consecuencias del abandono histórico y de la corrupción del sector petrolero, así como del dogma de la apuesta del libre mercado en un sector esencial para el país.

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JJ/I